Los historiadores tejen sus historias y se tejen a sí mismos. Lo hacen con hilos enhebrados en una trama que se pretende objetiva aunque tanto la trama como los hilos estén determinados por las preferencias personales y por un tapiz mayor que todo lo cubre y acaso lo oscurece: la propia época.
Son muchos hoy los grandes temas de la época —los nuestros son ‘tiempos interesantes’—, pero quizá el mayor, con permiso de la covid-19, sea la emergencia climática, que poco a poco está modelando nuestras conciencias y determinando las prioridades —la ‘agenda’— de muchas disciplinas, entre ellas la arquitectura. Se trata de una puesta al día que, entre otras cosas, ha propiciado un nuevo tipo de historia, la ‘medioambiental’, que plantea muchos retos metodológicos pero que, por su naturaleza, puede llegar a tener la virtud de las mejores historias: abarcar no sólo las dimensiones formales de la disciplina, sino también las técnicas, sociales, culturales e incluso económicas.
The Responsive Environment: Design, Aesthetics, and the Human Life in the 1970s, de Larry D. Busbea, y Architecture of Good Behavior: Psychology & Modern Institutional Design in Postwar America, de Joy Knoblauch, son sin duda dos buenos ejemplos de lo que puede esperarse de esta nueva ‘historia medioambiental’ cuando se plantea con rigor y talento. Ambas abordan un tema explorado obsesivamente en las décadas de 1960 y 1970 —el ‘diseño ambiental’— y ambas lo hacen desde una perspectiva ‘americéntrica’, pero las dos parten de enfoques distintos que, a la postre, resultan complementarios.
The Responsive Environment se centra en el impacto que tuvieron las teorías psicológicas acerca de la relación del cuerpo humano con su ambiente que proliferaron desde los tiempos de la Gestalt, y que desembocaron en una moda que tuvo su floruit en la década de 1970 —no en vano, los años del despertar ecológico— para dar pie a innumerables teorías del diseño, instalaciones artísticas, congresos y, por supuesto, proyectos de arquitectura. El libro de Busbea da cuenta de toda esta riqueza recurriendo al manido pero eficaz recurso de los ‘protagonistas’, que en su libro son varios y variados: desde el antropólogo Edward T. Hall, amigo de McLuhan y Buckminster Fuller y autor del entonces célebre The Hidden Dimension in Architecture, hasta el jovencísimo Nicholas Negroponte postulador de la soft architecture, pasando por György Kepes y su fundamental Arts of the Environment o Paolo Soleri y su entrañable utopía hippy de Arcosanti.
¿Qué tenían en común protagonistas tan diversos, a veces incluso contradictorios? La confianza en que la arquitectura podía llegar a ser un ‘diseño total’, tal y como habían querido los modernos pero desde una base científica y psicológica nueva —la relación del cuerpo con el ambiente— que servía tanto para un roto como para un descosido: tanto para la escala íntima de la casa como para la ciudad o incluso el planeta entero.
Como demuestra el libro de Busbea, en tal confianza había mucho de ingenuidad determinista, y mucho también de cientificismo mal llevado, aspectos que también pone en evidencia Architecture of Good Behavior, un libro cuyo objetivo es desvelar las técnicas ambientalistas y en buena medida también conductistas que se aplicaron de una manera consciente en el diseño de la arquitectura institucional de los Estados Unidos entre 1960 y 1980. Durante este periodo, hospitales, colegios, viviendas públicas y prisiones se convirtieron en el campo de experimentación de un «funcionalismo psicológico» que, según el autor, continuaba el legado racionalista de la modernidad, pero a costa de potenciar uno de sus lados más oscuros e inquietantes: el control de la conducta humana a través del diseño. Fue acaso la prehistoria de eso que hoy no sabemos mirar aún a los ojos, pese a que ya le hemos puesto nombre: el capitalismo de la vigilancia.