La exposición 'La ciudad del futuro: de la huerta a la mesa', en CentroCentro, alumbra una verdad indiscutible: entender dónde vivimos es saber lo que comemos.
“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Así fueron Adán y Eva expulsados del Paraíso. Bien podrían estas palabras representar la revolución neolítica, ese trance en el que los cazadores-recolectores ligaron su sustento a un lugar: la invención de la agricultura. La tierra fue un amo tiránico, vaya que sí. El trabajo se hizo arduo y la dieta más uniforme y dulce, de ahí las caries. Al perder variedad, cualquier fallo en la cosecha condenaba a la hambruna y, al contrario, cuando comenzaron a producirse excedentes, se inició ese juego de ganadores y perdedores que aún conocemos como riqueza y que, no por casualidad, siempre se ha asociado con la opulencia de los cuerpos. Pero el final de la vida nómada también destiló, hará unos 6000 años, otro subproducto: el escenario donde elaborar, intercambiar y, por supuesto, compartir los alimentos. La ciudad. Nuestras ciudades...
El Cultural: Como en casa no se come en ningún sitio