
Con enorme expectación, el 28 de abril de 1925 se inauguraba entre la Concordia y los Inválidos la Exposición Internacional de Artes Decorativas, la primera gran fiesta de París tras la guerra. Queriendo estar presente entre los grandes diseñadores que se iban a dar cita en ella, Le Corbusier consiguió levantar un pequeño equipamiento para presentar internacionalmente las tesis de su revista, L’Esprit Nouveau, que más adelante acabarían sentando las bases de una nueva arquitectura. Sin embargo, el francosuizo —y como él Konstantín Mélnikov o Robert Mallet-Stevens, que también firmaron influyentes pabellones— vieron que las formas sencillas, los interiores desnudos y los muebles estandarizados no causaban sensación entre el ingente público como los salones aúlicos, los cortinajes estampados y los enseres de suntuosa factura del Pabellón del Coleccionista de Jacques-Émile Ruhlmann: un triunfo del lujo y el refinamiento que catapultó un estilo que entonces se conocía difusamente como style moderne, pero que hoy llamamos art déco por su éxito durante aquella feria.
Su estética no era del todo nueva, pues hundía sus raíces en la Secesión vienesa y las vanguardias pictóricas, pero su combinación de líneas geométricas y materiales bien trabajados tuvo la fortuna de fructificar en un tiempo, los felices años veinte, de bonanza económica y vivaz hedonismo. Tampoco fue un movimiento homogéneo, pues se extendió por el mundo allá donde fuese necesario un rascacielos, un cine, un coche o una radio, convirtiéndose en una expresión más de la modernidad, como el jazz o las flappers. Hoy el art déco cumple un siglo, y lo hace en un momento en que el minimalismo casa mal con la imperante actitud exhibicionista: por eso Elon Musk tuiteó «Amo el art déco» y la ‘tendencia’ copa revistas de interiorismo o superproducciones de Hollywood. Aprovechando el tirón, muchos museos han preparado exposiciones este año, desde las monográficas que recuperan a personajes concretos —Tamara de Lempicka en Houston, Paul Poiret o Ruhlmann en París— hasta las temáticas que buscan contar el período desde múltiples disciplinas, como la del Palacio Real de Milán, la Villa Empain de Bruselas o el Museo de Artes Decorativas de París a partir de octubre, sin duda el plato fuerte de este festín a lo Gran Gatsby.