Aunque diezmada durante la Shoá y atacada en reiteradas ocasiones recientes, la comunidad judía belga reivindica su presencia en el devenir del país a través de un pequeño museo que, tras un concurso internacional, será renovado por Fabrizio Barozzi y Alberto Veiga. Continuando su fulgurante trayectoria en el extranjero (véase Arquitectura Viva 218), el tándem propone una ampliación discretamente integrada en el edificio burgués original pero coronada con un belvedere que a la vez confiere una identidad reconocible.