El concurso para el Museo Guggenheim de Helsinki ha sido uno de los más sonados de los últimos años. Lo ha sido, sobre todo, por la cantidad de las propuestas presentadas en la primera fase (1.715, procedentes de todo el mundo) y por el perfil joven y discreto de los seis equipos finalistas, entre ellos el ganador —la pareja franconipona formada por Nicolas Moreau e Hiroko Kusunoki— y los españoles SMAR Architecture Studio y Fake Industries Architectural Agonism. Después del fallo, se tiene la impresión de que, tras las consecuencias globales del llamado ‘Efecto Bilbao’, la Fundación Salomón R. Guggenheim ha optado por la discreción; un cambio de rumbo que se explica también por la tradición austera y nórdica de Helsinki.
Nórdica y austera es, sin duda, la propuesta ganadora: un conjunto de volúmenes formalmente autónomos, pegados al suelo y revestidos de madera termotratada negra, del que sólo emerge una torre que hace las veces de hito paisajístico de una propuesta que, por lo demás, se adapta con delicadeza a su entorno. Son rasgos que ha valorado el jurado del concurso —presidido por Mark Wigley, y del que ha formado parte también el madrileño Juan Herreros—, para el que el proyecto, con su organización fragmentada y poco jerárquica, resulta «profundamente respetuoso con el lugar» y entra en diálogo con el «frente marítimo, el parque y la ciudad», sin que esta discreción quede abocada al anonimato, ya que sus formas y materiales «son distintivos y contemporáneos, pero sin recaer en lo icónico».