
Women Architects at Work, de Mary Anne Hunting y Kevin D. Murphy, relata en una cuidada edición cómo en la Escuela de Arquitectura y Paisajismo de Cambridge en Massachusetts, entre los años 1916 y 1942, un considerable número de mujeres estudió Arquitectura y la ejerció silenciosamente en colaboraciones diversas. Los autores han realizado una exhaustiva investigación sobre más un centenar de tituladas en esa escuela, tal vez la única que aceptaba mujeres, y que estuvo vinculada a la GSD de Harvard, donde no fueron admitidas hasta el curso académico 1942-1943.
Muchas de estas arquitectas dejaron una impronta no reconocida en el Movimiento Moderno estadounidense, bien integradas en grandes estudios, bien en un segundo plano tras sus parejas masculinas, y algunas con sus parejas femeninas, como el tándem formado por Ethel Brown Power y Eleanor Agnes Raymond, que influyó en una modernidad no radical y atenta al contexto de Nueva Inglaterra. Power, como editora de House Beautiful entre 1923 y 1933, publicó muchos de estos diseños con nombre de mujer a contracorriente de las conveniencias de la época. Para este grupo de pioneras, la atención a lo cotidiano y lo doméstico derivaba del conocimiento próximo de la realidad que tradicionalmente han tenido las mujeres, traducido en un acercamiento a los problemas sociales que la arquitectura debe resolver al margen de cuestiones personalistas y formales.
El libro desgrana las trayectorias de algunas de ellas y recupera documentos originales, además de incluir un extraordinario apéndice con los nombres e historial académico de 138 mujeres que se matricularon en aquella universidad. Figuras ausentes en la historia de la arquitectura del país, pero que son un testimonio cierto de la incipiente transformación en el oficio del autor solitario, blanco y masculino.
A lo largo de ocho capítulos —‘Experiencia temprana y educación’, ‘Intercambios internacionales’, ‘Forjar redes’, ‘Colaboración como estrategia principal’, ‘El espíritu emprendedor’, ‘Casas y vivienda’, ‘Crear comunidad’ y ‘Declaraciones singulares’—, y por medio de breves y desconocidas biografías, el libro rescata no solo el trabajo oculto de estas mujeres, sino también una forma de ejercer menos centrada en los nombres propios, acaso más adecuada en una profesión que precisa de actitudes corales para su consecución.
La publicación viene a dar una fundada visión que amplía la relación de arquitectas conocidas, quienes, como Anne Tyng, colaboradora de Louis Kahn durante veintinueve años y profesora en la Universidad de Pensilvania, tuvieron que enfrentarse a una sociedad en la que el trabajo de la mujer se consideraba una «horrible idea». Otras tuvieron un discreto protagonismo junto a sus maridos, como Ray Eames, de quien se destacó su faceta artística obviando la arquitectónica. Los convencionalismos de entonces también llevaron a un segundo plano a mujeres con otras profesiones, como le ocurrió a Ise Frank, segunda mujer de Gropius, a su llegada a Estados Unidos, cuando ya había sido reconocida en la Bauhaus. En este sentido, más que poner en valor individualidades o arquitecturas clamorosas, el libro transmite una forma de entender la profesión de plena actualidad, como una actividad colaborativa próxima a la sociedad de la que todos los géneros son partícipes.