A primera vista, pudiera parecer que nos encontramos frente a un caso más de lo que ha sido bautizado como libro ilustrado, libro fotográfico o fotolibro. Baste recordar los panoramas visuales editados por Alberto Sartoris, o los ejemplos nacionales de fotoscops, obra del trío Prats-Gomis-Sert (1967-72).
Con la obra entre las manos, palpamos una edición muy cuidada, con formato de bolsillo y apariencia ‘sagrada’: color púrpura, tamaño misal. En cierto modo, presenta una hábil semejanza con el cuaderno de apuntes de viaje de cubierta negra utilizado, entre otros, por Le Corbusier para ‘fijar’ sobre el papel las claves de los lugares y arquitecturas visitados. En su interior, Valerio Olgiati presenta, en este caso, un panorama colectivo basado exclusivamente en las imágenes como portadoras de ideas. Apenas 150 palabras introductorias dan paso a un abanico de 44 autores presentados en orden alfabético, que muestra las raíces y el origen de sus edificios través de una serie muy personal de imágenes, no siempre fotográficas, que traducen intereses, obsesiones, mitos, referencias, homenajes o placeres íntimos.
El abanico de ejemplos es tan variado como el del ser humano. Hay referencias literales a obras propias (Pawson), frente a otras muy lejanas (Nishizawa). Hay series realizadas por los propios autores (Murcutt), junto a retratos de personajes admirados (H&dM). Alguna se centra en un solo motivo (Rogers), en contraposición a discursos extensos y caleidoscópicos (Venturi). Incluso en ocasiones (Aravena, Siza) el croquis no encuentra en la imagen su sustituto válido.
La impresión final es que no estamos frente a un libro de fotografías más o menos bellas, sino ante una obra que nos obliga a reflexionar cada vez que la abordamos, que nos transmite más incógnitas que certezas. Un libro de silencios pautados y espacios en blanco, que hurgan en el interior de la mente de los arquitectos allí representados.