Aspiración de futuro

CUatro intervenciones patrimoniales

Aspiración de futuro

CUatro intervenciones patrimoniales

01/04/2025


Antonio Jiménez Torrecillas, Muralla nazarí en el Alto Albaicín, Granada (España)

¿Se puede culpar a los venecianos que en 1687 bombardearon sin miramiento el Partenón cuando este era un arsenal turco? ¿O a los papas que vieron en los mármoles de los foros imperiales la perfecta cantera para las obras de la Roma barroca? Como cualquier otro concepto cultural, el patrimonio no escapa a las mutaciones a lo largo del tiempo, y estos dos ejemplos demuestran que, incluso tras un Renacimiento que reverenciaba las creaciones clásicas y generalizó cierta conciencia de respeto hacia el pasado, los edificios podían derribarse o reprogramarse si las circunstancias así lo pedían. En la arquitectura siempre fue más evidente la confrontación entre la preexistencia construida y la necesidad.

Las Luces del XVIII y el Romanticismo del XIX terminaron de perfilar esa idea de monumento que debe ser protegido de la mella del tiempo y del hombre, una etiqueta muy fácil de aplicar a castillos, palacios y catedrales, pero no tanto a las estructuras que servían a fines menos elevados. El desarrollo de las ciencias humanas y las transformaciones sociales en los últimos ciento cincuenta años irían ensanchando la definición hasta abarcar hoy cualquier testimonio de la vida de los pueblos, propiciando la ‘democratización’ del patrimonio: la historia ya no representaría solo al poder y la élite, sino al conjunto de la comunidad, y lo mismo interesaban las vivencias de un molinero friulano en el siglo XVI que las de Carlos V o Martín Lutero.

Arquitectura industrial, vernácula, popular… que cada vez haya más cosas que consideramos importante preservar hace más necesario que nunca una actitud flexible frente a la herencia encontrada: no todo debe ser fosilizado para detener la decadencia, y no todo debe ser monumentalizado como reclamo turístico. Al fin y al cabo, desde el mausoleo de Adriano convertido en fortaleza o el palacio de Diocleciano ‘carcomido’ por un barrio residencial, las ruinas que mejor resisten son las que se amoldan a nuevos usos y no languidecen como carcasas sin alma.

De estas lecturas que se alimentan del pasado con aspiraciones de futuro se ocupa el presente dossier, que presenta cuatro intervenciones en edificios más intrahistóricos que históricos, arquitecturas menores que se consolidan para seguir formando parte activa de la memoria local. Así, Arturo Franco deja crecer un tupido jardín en el derruido caserón de una pedanía coruñesa y lo anima con ingeniosos columpios, en tanto que Martino Picchedda revoca los restos de una hacienda y juega con sus empedrados para dar un nuevo espacio público a una villa sarda. No muy lejos de Szczecin, Brandlhuber y Manfred Pernice insertan una vigorosa estructura tras los muros de una cuadra para ponerlos en valor como revestimiento, y Medprostor remata lo que fue la iglesia de una cartuja eslovena con una techumbre móvil para no borrar la imagen a cielo abierto que ha caracterizado la ruina desde hace siglos.

Sebastián Arquitectos, Restauración de la ermita de San Juan, Ruesta (España)


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