Con el frío invierno madrileño se nos fue Helga de Alvear. Su vida se desarrolló en torno al amor y la generosidad, palabras poco valoradas en estos tiempos materialistas. De su primera colección de piedras, cuando de niña las recogía en el río Nahe, a su museo en Cáceres, a Helga siempre le gustaba establecer, a través de las piezas que adquiría, secretos vínculos entre naturaleza y abstracción. Desde joven, su vida estuvo ligada a la de Jaime de Alvear, arquitecto vinculado a los poblados dirigidos del que se enamoró cuando estudiaba español en Madrid, pero fue Juana Mordó quien la introdujo en el mundo del arte contemporáneo. Tras el fallecimiento de su mentora, Helga mantuvo su galería abierta hasta que decidió abrir la suya propia: un espacio visionario donde artistas internacionales han mostrado las propuestas más innovadoras y radicales. Su férreo compromiso con la sociedad le llevó además a crear, de forma desinteresada, la fundación y el museo que llevan su nombre, una aventura extremeña en la que la acompañó su querido amigo José María Viñuela y que ha hecho de Cáceres un faro cultural que irradia al mundo su personal forma de entender el coleccionismo. Helga siempre será recordada por su amor al arte, así como por la generosidad de compartir el conjunto que, obra a obra, con tesón y cuidado, fue reuniendo a lo largo de los años.
