Alma o el ardor
«Movido y tempestuoso, con la mayor vehemencia». El tempo que Gustav Mahler dejó indicado para el segundo movimiento de su Sinfonía n.º 5 también marcó el paso por la vida de su esposa Alma. Inteligente y con dotes para la música, la suya podría haber sido la historia de una pionera, la de una compositora no contenta con entretener al piano a los invitados en fiestas de sociedad. Sin embargo, como sus adorados héroes wagnerianos, Alma Schindler acabó definiendo su vida a través del amor: pasaría a la historia con el apellido de su primer marido, pero en su camino también se enredaría en la existencia y los afectos de hombres como Gustav Klimt, Walter Gropius, Oskar Kokoschka y Franz Werfel.
Vidas así apenas necesitan pirotecnia guionística cuando se llevan a la pantalla, algo que sabe Dieter Berner. Tras su éxito con Egon Schiele (2018), el director austríaco ―que en nuestro país muchos recuerdan más por su actuación protagonista en la turbadora El séptimo continente de Haneke― vuelve a la Viena dorada para elaborar otra semblanza con el vibrante trasfondo cultural de la entonces considerada capital de Europa. Exquisitamente ambientada como cualquier drama de época que se precie, Alma Mahler, la pasión transcurre sin sobresaltos en rigurosa cronología, acercándose a una mujer que quizá no llegase a triunfar con obra propia ―como le advertiría Gustav al casarse, ella no era Clara Schumann―, pero que se negó rotundamente a adoptar el papel de musa y madre que la convención le reservaba.
Su matrimonio con el músico —ya inmortalizado en las hoy algo remotas Mahler (Ken Russell, 1974) o La novia del viento (Bruce Beresford, 2001)— es tan solo el preludio del film, que no es tanto un recorrido por su larga y azarosa biografía como la crónica de un episodio concreto: el agitado romance que Alma mantuvo con Kokoschka tras enviudar, mientras en paralelo continuaba su relación con Gropius. Envuelto en una espiral de pasión y celos, este triángulo amoroso entre lo intelectual y lo carnal acabó en permanente conflicto al chocar el acaparador genio creativo de ellos con el empeño de ella por vivir su vida y su sexualidad con una libertad poco usual ayer como hoy.
A momentos, este tinte empoderante hace que la película deje volar su imaginación —como cuando Alma toma la batuta en uno de los ensayos de la Novena—, si bien las licencias en conjunto no restan fidelidad a las liaisons dangereuses que se tejen entre los personajes, expresadas con mayor fuerza a través de recursos visuales que de diálogos: cuadros, partituras, cartas, encuentros de alcoba o el inquietante momento Pigmalión del final. A la atmósfera sensual contribuyen además los bien escogidos escenarios, en cuyos detalles reluce el mundo de ayer: de la Sala Dorada de la Musikverein al Bar Kärntner por donde deambulan Loos y compañía, de los ateliers donde se fraguan las vanguardias a los salones burgueses decorados por la Secesión.
El año pasado, Marie Kreutzer retrató en Corsage a otra impetuosa mujer de la belle époque vienesa, la emperatriz Sissi, en una atípica exploración de su psique. La encarnó magistralmente Vicky Krieps, la actriz que en principio iba a interpretar a Alma en la cinta de Berner. Emily Cox prueba que es digna sustituta y, aunque el acercamiento a la protagonista sea menos introspectivo, consigue mostrar las aristas de una personalidad compleja y transgresora. Quizá Alma Schindler no supo vivir sin maridos ni amantes, pero en los dominios de los hombres ella siempre se movió —tal y como anotó en el único de sus lieder que suena en la película, In meines Vaters Garten— «con expresión libre».
Ver tráiler de Alma Mahler, la pasión
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El Mundo: Alma Mahler, no Clara Schumann