El ocupar en solitario el pabellón de un país de cierto peso en el mundo del arte como España es, para cualquier artista, una clara prueba de consagración. Hablamos de la Bienal de Venecia 2003, y del caso singular de Santiago Sierra. Se trata de un creador ‘maldito’, dedicado sistemáticamente a denunciar la alienación y la explotación humanas, pero que ha conseguido (¿a pesar de o gracias a ello?) el altísimo honor de representarnos en ese foro artístico internacional, en un momento en el que nuestro gobierno no se caracteriza precisamente por su benevolencia con los más desfavorecidos. Todo esto obliga a hablar del artista, cierto, pero es ineludible también plantearnos qué está sucediendo en este mundo para que algunos notorios representantes del envilecimiento democrático puedan sentirse oficialmente orgullosos de promover la obra lúcida y demoledora (en todos los sentidos) de un tipo como Sierra... [+]