Quienes se han educado en la tradición austera, casi puritana, del Movimiento Moderno (y éste es el caso de la mayoría de los arquitectos actuales) sienten un vértigo desasosegante cuando se intenta conjugar el surrealismo con el diseño. Es como si quisieran yuxtaponerse elementos incompatibles al estilo del aceite y el agua, el fuego y el hielo, o el placer sensual y la lógica racional. ¿Un oxímoron del siglo XX? De esto va la magna exposición que montó el Museo Victoria & Albert de Londres, y que, tras pasar por el Boijmans Van Beuningen de Rotterdam, acaba su periplo en el Guggenheim de Bilbao (Cosas del surrealismo. Surrealismo y diseño, hasta el 7 de septiembre de 2008). No es que la comisaria, Ghislaine Wood, y todos los otros autores del catálogo, se planteen abiertamente este dilema, ni que intenten, por lo tanto, resolverlo, pero parece inevitable sacarlo a colación cuando se ha decidido examinar de qué manera el diseño contemporáneo, en todas sus variantes, fue condicionado por el movimiento que fundara André Breton... [+]