El siglo termina y con su fin se multiplican —también en el terreno de la arquitectura— las reflexiones y balances de lo acontecido desde la última fecha terminada en un doble cero. El libro que nos ocupa sondea los últimos cien años a través de los momentos más señalados de la casa particular, ejercicios de sastrería posibles tanto por el afán experimental de sus autores como por la complicidad de los clientes. Aunque el recorrido arranca con las incuestionables Fallingwater, Saboya, Farnsworth o Mairea, a medida que avanza el siglo la selección propuesta se hace más dudosa. Sorprende, por ejemplo, la laguna temporal que se extiende entre la casa Tischler de Rudolf Schindler (1950) y la casa Frank de Peter Eisenman (1972); o la ausencia de los ensayos domésticos de Louis Kahn y la representación excesiva de los ochenta, más aún cuando algunos de los arquitectos elegidos — Robert Venturi y Frank Gehry en concreto— definieron sus revoluciones particulares con obras anteriores que bien podrían haber equilibrado la balanza. Tras un siglo complejo como éste, un resumen así quizá nunca habría podido ser unánime; después de todo, vivir es elegir y toda elección lleva consigo una renuncia.