De la misma manera que un perro y su amo terminan por confundir sus aspectos, las últimas monografías de arquitectura lucen hoy la faz de los monografiados que, a su vez, se confunden con la complejidad de sus libros. En los últimos años las recopilaciones de autor se han convertido en publicaciones tan madrugadoras como complejas, con intenciones que van más allá de reunir unas determinadas obras. La arquitectura en dos dimensiones que recogen estos libros se ha convertido en la mejor tarjeta de presentación de los estudios, y factores tan característicos de la edición como ajenos a la arquitectura se han transformado en claves de lectura.
En los libros monográficos importa hoy tanto la encuadernación, el grafismo, el tipo de papel, las ideas o intenciones expresadas por autores y prologuistas, el tamaño o, mejor dicho, el grosor de los volúmenes y la originalidad del libro como la arquitectura que se quiere dar a conocer. Hay arquitectos que se han hecho famosos a partir de la letra y el dibujo impresos; y otros han difundido revoluciones domésticas o urbanas a partir de juegos informáticos. Con el desarrollo de la edición digital, la ficción y la realidad se abrazan en un juego de equívocos que contrasta con la torpeza de recursos tan antiguos como el fotomontaje. En medio de este panorama editorial se podría decir que fue el S,M,L,XL de Koolhaas el que inició la escuela de los volúmenes gruesos y compactos. Tras su publicación en 1995, la mayoría de las monografías, sobre todo las de los arquitectos más jóvenes, han querido ser más compactas, más repletas de aparente complejidad y, sobre todo, más gruesas.
Y precisamente por eso llama la atención este libro, que sin romper la tónica del volumen-ladrillo y sin deshacer la costumbre de madrugar con medio libro dedicado a proyectos sin construir, es, en realidad, un libro clásico que sirve de tarjeta de presentación a los suizos Annette Gigon y Mike Guyer, dos arquitectos sólidos, detallistas, minimalistas y exquisitos. Las fotografías a sangre y los planos reproducidos a un buen tamaño permiten una cómoda lectura de proyectos como los museos Kirchner en Davos o Liner en Appenzel, que ganaron reputación internacional para sus autores. El trabajo de poco más de una década aparece limpio, inequívoco y rotundo; además, el proceso de diseño, la obtención de ideas y las fuentes de inspiración están apuntados de una manera tan clara como tradicional: en viñetas utilizadas a modo de fotogramas o con imágenes contrapuestas. Una exhaustiva lista de proyectos y los textos de J. Christoph Bürke, Martin Steinmann y Max Wechsler completan la edición. Por todo ello, ésta no es una monografía de fuegos de artificio: lo expuesto en ella es, honestamente, el rostro de un estudio tan sólido y sobrio como el propio volumen que recopila sus trabajos.