Si nuestra Arcadia feliz es el mall temático de paisajismo acolchado, seguridad a prueba de bombas y shopping ubicuo, Dubai y Abu Dhabi ofrecen un anticipo de esa tierra prometida en pos de la que atravesamos el desierto los aldeanos globales: hace ya bastante que dejamos atrás la polis para emprender un viaje a ninguna parte que quizá sea justamente ese ‘no-lugar’ que Marc Augé situaba en Eurodisney.
En 2003 Margaret Atwood quedó finalista del premio Booker con Orix y Crake, una novela futurista que pintaba un mundo de ricos recluidos en recintos temáticos herméticos, gobernados por megacorporaciones y a salvo de un mundo ‘real’ inhóspito. Parques donde el consumo da carta de ciudadanía, inquietantemente parecidos a la realidad, o la irrealidad, de los Emiratos Árabes Unidos. Dubai y Abu Dhabi son ciudades-estado y estados-empresa donde lo público y lo privado se confunden, cuyos accionistas mayoritarios son las familias reinantes y sus ministros, altos ejecutivos que lideran el giro de los países del Golfo desde la industria petrolífera a la inmobiliaria y la turística: se trata de aprovechar el subidón final en el precio del crudo, adelantarse al fin de sus reservas y (por si fuera en serio) al empujón de las energías renovables... [+]