Viendo los titulares con los que a algunos ‘periodistas de arquitectura’ les gusta exhortar en los últimos tiempos, puede haber quien piense que la arquitectura contemporánea y la moderna se han llevado bien con la controversia, incluso la han buscado. Los periódicos se entretienen en hablar de lo mediático, construyendo una constelación autorreferencial que tiene mareadas a no pocas mentes con un argot autofabricado y una intrascendencia inaudita en las páginas de cultura. Argumentos como que existe una constelación de arquitectos de notoriedad internacional que abusan de su prestigio construyendo de forma acrítica, subjetiva y exhibicionista pueblan las páginas de cultura y los blogs, al calor del nuevo miedo proporcionado por una crisis económica y de modelo de desarrollo. Estas manifestaciones, que prometen al público una controversia artificial, tienen la misma ingenuidad y parcialidad que las conversaciones mantenidas por madres de adolescentes que pretenden resumir las balbuceantes decisiones vitales de sus vástagos en un vago y narcotizante comentario tipo «ya sabes, todo por llamar la atención». Sepan ustedes, madres del mundo, que para su terror y pánico ni el punk, ni el pantalón pitillo, ni los piercings, rastas, plataformas, pelos teñidos, rapados radicales, tatuajes, tachuelas, pantalones caídos fueron ideados para llamar su atención ni la de sus vecinos bienpensantes; ninguno de los que han lucido estos galones tenían entre sus objetivos, al menos principales, causarles sensación alguna, incluida la más extrema: el escándalo... [+]