Conocido despectivamente como Rookery, el distrito londinense de St. Giles fue durante siglos uno de los suburbios más pobres de la capital británica. La construcción en la década de 1950 de un gran complejo oficial, lejos de acabar con la marginalidad del enclave, contribuyó por el contrario a acentuar sus problemas, ya que la tipología edificatoria elegida y el aspecto monótono y sombrío de su arquitectura acabaron convirtiendo el edificio en un nuevo foco de delincuencia y prostitución. A principios de la década de 2000, el área fue incluida entre las zonas de desarrollo prioritario, y el complejo de St. Giles Court fue adquirido por una empresa privada, con el propósito de construir una gran dotación de usos mixtos: comerciales y residenciales.

Con una superficie de más de 60.000 metros cuadrados —más del doble del antiguo complejo— el nuevo edificio está formado por dos bloques. El primero, de quince plantas y situado al oeste, alberga los usos residenciales, mientras que el segundo, de once alturas, orientado hacia el este y destinado a oficinas, se despliega en forma de herradura alrededor de un gran patio accesible desde el exterior, que constituye el corazón simbólico y funcional de la pieza, y da cuenta de su vocación de regenerar el espacio urbano del entorno.