Anaga es un barrio residencial de la capital tinerfeña que sepertentea por una ladera de fuertes pendientes. Casi en la cima, encajada en la montaña y junto a un barranco, se sitúa la casa. Hasta hace muy poco, desde este lugar se podían divisar unas vistas magníficas de Santa Cruz. La parcela tiene unos 650 metros cuadrados, y salva un desnivel de 12 desde el fondo hasta la acera. La estrecha fachada que da a la calle se encuentra en el punto más bajo; desde allí, tres recorridos tallados en la roca ascienden hacia los espacios vivideros. Lo socavado va entonces dejando paso a lo construido.

Rodeada en tres de sus lados por la escarpada ladera, la planta ortogonal se quiebra, abriéndose para que salones y dormitorios miren simultáneamente al frente libre, coincidente con la orientación sur. Las estancias se proyectan hacia fuera en forma de voladizos: pequeños balcones en los dormitorios y una amplia banda en esquina en el caso del salón, que sombrea los interiores de la planta baja. Éstos también se prolongan, mediante una plataforma de madera, hacia el jardín y la piscina. En la fachada este, la intimidad y el oscurecimiento de las habitaciones se confía a persianas correderas de madera que cierran lateralmente los balcones, transformando el aspecto de la casa según el momento del día. La cocina, única estancia principal orientada al norte, recibe la luz natural reflejada desde una pared de roca que aún muestra las marcas de la excavación que dio lugar a la casa. En la fachada oeste, un solitario hueco a dos alturas sobresale del muro, a la búsqueda de las vistas intactas de la montaña y el cielo.

A partir de su posición elevada, la casa interpreta de forma casi intuitiva lo que significa estar en el límite. Aparentemente de espaldas al lugar y respetuosamente separada del terreno, sus bordes son sin embargo sensibles al sitio y reaccionan en cada caso con estrategias distintas, atentos a la luz, a las texturas y al privilegiado panorama que todavía se disfruta desde esta atalaya tranquila...[+]