La imagen desencadenante del proyecto fue la de un barco a la deriva durante mucho tiempo en el océano y que, una vez retiradas las aguas, se queda varado en la playa. Partiendo de esta imagen poética, el proyecto trabaja a la vez sobre el espacio interior y el exterior. El exterior consiste en un ámbito a cubierto que funciona como un lugar de descanso en la playa y como una conexión entre la vida profana y la vida espiritual. Un espacio que, cuando la marea sube, queda sumergido para dar pie a la imagen del barco a la deriva evocada en la imagen inicial del proyecto.

Por su parte, el espacio interior de la capilla sugiere una atmósfera de gran intensidad espiritual, que se concibe como la culminación de un recorrido de treinta metros que, atravesando la playa, lleva a la capilla. Conforme se van acercando al edificio, los visitantes van formándose una imagen gradual de él: primero, moviéndose a lo largo de un camino estrecho que desemboca en una gran escalera, tras la cual emerge el volumen del edificio, que flota sobre la arena; después, y tras echar un vistazo a las aguas, subiendo las escaleras para atravesar la puerta y llegar al interior; finalmente, ingresando en el espacio propiamente dicho de la capilla, orientado hacia un gran ventanal que enmarca las vistas sobre el océano.