Rehabilitación del Pabellón Dufour, Versalles
La pirámide invisible, por Michèle Champenois

Rehabilitación del Pabellón Dufour, Versalles

La pirámide invisible, por Michèle Champenois


Veinte años después de la inauguración de la Biblioteca Nacional de Francia erigida por François Miterrand en París, a la orilla del Sena, Dominique Perrault acaba de terminar en el Palacio de Versalles el Pabellón Dufour, que se ha transformado al completo para albergar un vestíbulo de recepción, un restaurante, un auditorio y nuevos espacios ganados bajo la Cour des Princes (Patio de los Príncipes). Han sido tres años de una obra compleja que ha conducido a una solución afortunada que se manifiesta al exterior sólo en la escalera de salida con la que termina el recorrido, la ‘Escalera Perrault’.

Radical y al mismo tiempo «respetuosa con el patrimonio» (son palabras del arquitecto), la transformación del pabellón introduce a los visitantes al esplendor del palacio. Esta introducción se produce a través de un espacio majestuoso y moderno, en una atmósfera de luz dorada, cuyo interiorismo se debe a la diseñadora Gaëlle Lauriot-Prévost, colaboradora habitual de Perrault.

Enfrentado por primera vez a un gran monumento histórico, el arquitecto ha tenido éxito: ha sabido ajustar los problemas desde el interior, y consolidar y restaurar el ala vieja del pabellón colaborando con Frédéric Didier, arquitecto jefe de monumentos históricos a cargo de Versalles. El resultado es un amplio espacio de recepción y un recorrido muy claro en un lugar clave de la historia de Francia que atrae anualmente a 7,5 millones de visitantes, de los cuales tres cuartas partes son extranjeros.

Respecto al precedente del Louvre y la intervención del I. M. Pei en la década de 1980, podría decirse, para empezar, que Versalles ha conseguido ser lo que Perrault llama una «pieza intemporal» inserta en un conjunto patrimonial y que semeja, en cierto modo, una «pirámide invisible», en la medida en que el único elemento que se muestra al exterior es el volumen acristalado que acompaña a la Escalera Perrault y que, por efecto de la refracción prismática, colima la luz natural para distribuirla por el sótano.

Cuando Dominique Perrault ganó en 1989 el concurso internacional de la Biblioteca Nacional de Francia tenía 36 años. Tuvo que enfrentarse a un enclave virgen y susceptible de conquistarse, crearse e inventarse. Desde la inauguración de la Biblioteca en 1996, un barrio nuevo ha crecido alrededor, dotando al Este parisino de una verdadera configuración urbana. Donde ahora se levantan las torres de la Biblioteca, antes no había nada. Pero en Versalles, con el conjunto real del parque, el palacio, los museos y los Trianons, está todo. Todo lo que, desde mediados del siglo xvii, bajo el reinado de Luis xiv, y hasta las primeras décadas del xix, bajo el de Luis-Felipe, ha ido formando un conjunto coherente que está dedicado, según reza escrito con letras de molde en el frontón del Pabellón Dufour, «a todas las glorias de Francia». La preocupación del arquitecto ha sido comprender el lugar construido y restituir la «sustancia del patrimonio».

La coherencia arquitectónica y paisajística del conjunto se ha fortalecido con el tiempo y la República no ha dejado de honrar el patrimonio legado por la Monarquía, haciendo de Versalles un monumento nacional respetado y venerado, así como un lugar de recepción para las grandes ocasiones de la diplomacia internacional.

Desde la época del Rey Sol, ‘recibir’ es la vocación de Versalles. Tal y como se manifiesta a la ciudad, la planta en herradura del palacio es, en sí misma, una invitación a entrar, y conduce al espacio, más íntimo, de la Cour de Marbre (Patio de Mármol). Esta disposición se acentúa mediante dos pabellones simétricos diseñados por Ange-Jacques Gabriel a finales del siglo xviii, de los cuales, el Norte, construido en 1771, lleva hoy el nombre de su arquitecto —que es también el autor de los edificios que bordean la plaza de la Concordia en París—, mientras que el pabellón Sur fue erigido a partir de 1814 por Alexandre Dufour, siguiendo los planos dejados por Gabriel.

Inmerso en el corazón del monumental lío que se oculta tras las fachadas clásicas y la organización simétrica, Perrault se ha convertido en un explorador del enclave con el objetivo de comprender el edificio, indagar en su historia, llegar en sentido literal y figurado hasta los cimientos, crear nuevos espacios soterrados y ampliar los edificios existentes. El arquitecto ha tratado el encargo como una oportunidad y como un paso adelante en el desarrollo de lo que denomina Groundspaces, espacios excavados. El término acuñado por Perrault es también semejante al del título de un libro de reciente publicación (Groundscapes-Autres topographies, Éditions HYX, 2016), que da cuenta de una estrategia de proyecto empleada en la Universidad Femenina de Seúl, la Corte de Justicia de la Unión Europea en Luxemburgo o el proyecto no realizado para el Teatro Mariinski en San Petersburgo.

La apertura del vestíbulo de recepción en la primavera de 2016, la inauguración en junio del Pabellón Dufour por François Hollande, Presidente de la República, y, más tarde, en septiembre, la finalización completa del edificio con el restaurante a cargo del multipremiado chef Alain Ducasse, demuestran la pertinencia del proyecto: ofrecer nuevas dotaciones —recepción, restaurante, tienda y auditorio— rehabilitando la arquitectura clásica y manteniendo la configuración simétrica del monumento, y por otro lado asegurar la fluidez del acceso y de la visita para los millones de visitantes que llegan a Versalles, de las cuales muchos lo hacen por primera vez.

De dentro afuera

Las bases del concurso lanzado en 2011 permitían la construcción de una nueva fachada; sin embargo, Perrault fue el único de los competidores que rehusó hacerlo, proponiendo lo que, al cabo, le convirtió en ganador: la desaparición virtual de una intervención de calado en el conjunto versallesco, resaltando las simetrías y adaptándose a las multitudes de turistas sin tocar los aspectos fundamentales del monumento. Perrault reconfiguró la distribución de los espacios interiores, desentrañando el rompecabezas de las circulaciones, derribando la tabiquería añadida a lo largo del tiempo (en especial, la gruesa estructura de hormigón armado construida en la década de 1930), y eliminando asimismo la compartimentación del ático, que se reformó en los años 1990 para hacer hueco a unos espacios de oficina. Por su parte, Frédéric Didier, arquitecto jefe de monumentos históricos, dio las directrices para la restauración de las fachadas y cubiertas, así como de las salas abovedadas bajo la Cour des Princes, además de para recuperar el vestíbulo de piedra de la fachada del pabellón. Juntos, los dos arquitectos han conservado las exedras de una vieja sala, e incluso una escalera escondida, un hallazgo al que se sumó el descubrimiento de la cimentación de un viejo muro que sacó a la luz, en todo su tamaño, las salas abovedadas, así como el de unas antiguas cisternas, que ahora albergan la tiendalibrería situada la final del recorrido expositivo.

Por fuera, el pabellón resulta muy discreto; ha habido mayor libertad en el interior, donde Gaëlle Lauriot-Prévost ha diseñado con maestría sutiles tejidos de malla metálica, así como la diversidad de luminarias que engalanan los salones del restaurante, la escalera revestida de metal o los dispositivos que garantizan el confort visual y acústico del auditorio ubicado en el ático.

Todo ellos son elementos que conforman una decoración coherente e inventiva para que el arte contemporáneo, en este caso ejemplificado en la obra de Claude Rutault, encuentre también su sitio en la historia de Versalles. Ocupada antaño por las oficinas de los conservadores, el ala Sur se ha liberado en su totalidad gracias al traslado de las oficinas a una zona de administración general ubicada en lo que se llama ‘Le Grand Commun’, en una calle adyacente al palacio. El traslado fue fruto de un ambicioso plan director planteado en 2003, que los administradores subsiguientes, comenzando por Jean-Jacques Aillagon —exministro de Cultura—, al que ha seguido Catherine Pégard, nombrada en 2011 Presidenta del conjunto de Versalles, han llevado a la práctica.

El Pabellón se concibe como una zona de acogida, como una recepción ‘regia’ a la altura de los símbolos de la historia de Francia y del prestigio del monarca fundador. A la entrada, los visitantes quedan sumergidos en un baño de luz dorada. Con su dominio de la escenografía, el diseño riguroso de Gaëlle Lauriot-Prévost no tiene miedo a la hora de dialogar con la imaginería barroca del edificio. Los plisados, los drapeados, los soles (del Rey Sol) y sus reflejos pueden traducirse al lenguaje contemporáneo sin perder su fuerza. El halo de la luz dorada se convierte en una metáfora.

Las luminarias se fijan a postes horizontales, bajo un dosel de malla metálica cuyo patrón irregular viste con olas los techos altos del pabellón. Alrededor de los proyectores, una luminaria enredada en pétalos de metal dorado de aluminio anodizado multiplica mediante destellos la poderosa fuente luminosa, y proyecta imágenes por reflexión. La unidad del techo (desde ciertos puntos de vista las grandes olas de los drapeados parecen calmarse) se consigue gracias a la elección del material: una malla metálica que cae sobre el muro del fondo como si fuese un telón. Por su parte, los mostradores de recepción adoptan una presencia neutra gracias a su volumen y su color (negro). Todo el suelo queda recubierto de metal, aunque se trata de un parqué tipo ‘Versalles’ que sigue el modelo clásico con motivos de diamantes y que está compuesto de pletinas de metal color antracita laminadas en caliente, lo que las dota de irisaciones azuladas.

En la primera planta se sitúa el restaurante Ore, confiado a Alain Ducasse, cuya decoración resulta confortable y sobria: los zócalos de madera adquieren protagonismo, y el techo está decorado con soles conformados con tubos luminosos sujetos a uno o varios soportes circulares. Por su parte, el bar se ilumina con tubos semejantes, que caen como si fueran estalactitas hacia el mostrador. Un collarín de malla metálica dorada y plisada funciona de pantalla y hace centellear la luz de una forma mágica.

En la última planta, un auditorio con 150 asientos ocupa el espacio bajo cubierta. Una estructura de listones de madera horizontales conforma una concha acústica independiente de la fábrica de piedra. La atmósfera íntima de esta especie de barco varado se acentúa por su aspecto sencillo y relajante.

En la escalera volvemos a encontrar tubos luminosos, esta vez en posición horizontal y colocados sobre cables con tensores que vuelan entre los tramos de la escalera. Sea cual sea el recorrido que sigan, todos los visitantes del pabellón acaban en los espacios abovedados de las viejas cocinas, donde se sitúa delicadamente la tienda, que parece mayor gracias a la iluminación.

Yendo hacia la salida, el visitante vuelve a estar sumergido, aunque sea sólo un poco, por esa luz cobriza que vio al entrar al edificio, y que proviene de una volumen acristalado cuyas paredes de aluminio anodizado, dorado y mate, crean por reflexión una iluminación muy suave. De nuevo, un muro de luz… pero también la expresión simbólica de un enfoque reflexivo que, al cabo, ha permitido reconciliar, de una manera suave, la arquitectura contemporánea con el patrimonio. 


Obra Work
Rehabilitación del Pabellón Dufour en Versalles (Francia) Refurbishment of the Pavilion Dufour at the Palace of Versailles (France).

Cliente Client 
Opérateur du patrimoine et des Projets Immobiliers de la Culture / Etablissement Public du Château, du musée et du domaine national de Versailles.

Arquitectos Architects 
Dominique Perrault Architecte.

Consultores Consultants  
Gaëlle Lauriot- Prévost Design (dirección artística artistic design); Jean-Paul Lamoureux (acústica e iluminación acoustics and lighting).

Fotos Photos 
André Morin (pp. 28, 29, 30, 32, 33 abajo bottom, 37); Gaëlle Lauriot- Prévost (p.33 arriba top); Vincent Fillon (pp. 34, 35); Patrick-Tourneboeuf (p. 36).