Una de las maneras con que esos fragmentos de polvo cósmico que se llaman seres humanos hemos ido dejando huella de nuestro paso por el mundo ha consistido en preguntarse precisamente por el mundo: por nuestra razón de ser en él y por su sustancia y modo de funcionamiento. La primera pregunta ha dado pie a un tronco de conocimiento que va de la filosofía y la literatura a esa parte de la literatura fantástica que es la teología. La segunda pregunta ha hecho crecer un árbol no menos frondoso ni fecundo: el de la ciencia. Ahora bien, si los frutos del árbol de la literatura han quedado ordenados en todo tipo de jerarquías hasta resultar familiares al público general, los del árbol de la ciencia —tal vez desde el episodio de la manzana edénica— siguen tapados por el follaje de los lugares comunes y el desinterés, y son un alimento espiritual en buena medida desatendido.
Desvelar este legado casi secreto —el de los clásicos de la ciencia que nos caracterizan en cuanto humanos— ha sido una de las tareas a las que, desde hace décadas, viene dedicándose José Manuel Sánchez Ron, físico teórico que dejó los laboratorios para acabar siendo uno los historiadores de la ciencia más importantes y originales. El canon oculto. Una nueva biblioteca de Alejandría para la ciencia enriquece su ya vastísimo legado por medio de un proyecto que aguanta pocas comparaciones en cuanto a su ambición intelectual: dar cuenta de las cambiantes ideas del ser humano sobre el mundo y el cosmos, y asimismo de las no menos cambiantes nociones de lo que llamamos ‘ciencia’, por medio de la glosa de las cien obras que, a juicio del autor, han determinado el desarrollo científico y pueden considerarse parte de un canon.
Como cualquier canon, el de Sánchez Ron está sujeto a crítica. Por más exhaustivo que pretenda ser —y de hecho lo es—, hay obras que se han quedado fuera. No solo las que el autor reconoce haber sacrificado por mor del número redondo —las de Poincaré o Bohr, por ejemplo—, sino las de las tradiciones china o india, a las que se ha renunciado ya sea por su lejanía al modelo estándar o por su incompatibilidad con ese modelo en la medida en que serían ejemplos de pseudociencia más que de ciencia. Pero, si no tratamos como pseudociencia la filosofía del Timeo de Platón o las muchas supercherías de la Historia natural de Plinio, ¿por qué habríamos de hacerlo con el Libro de la seda y otros grandes tratados que en su día desempolvó para Occidente Joseph Needham?
Este sesgo hacia Occidente y su exitosa y hoy unánime noción de ciencia no es, sin embargo, suficiente argumento para deslustrar El canon oculto, una obra que, por su alcance, capacidad de síntesis, estructura, exactitud y poder evocador, debe considerarse un verdadero monumento a la divulgación de la ciencia, a la propia ciencia y al conocimiento humano en general.
Con esa capacidad de conjugar rigor y claridad que es marca de la casa, Sánchez Ron nos lleva a hombros de gigantes en un recorrido que comienza con el Corpus Hippocraticum —obra clave de la medicina que fue leído con devoción durante dos mil años— y termina con The Fractal Geometry of Nature, de Benoît Mandelbrot —el último de los intentos fecundos de ir más allá de los postulados de Euclides—. Entre estos dos polos separados por 2.500 años, el autor va desgranando, con moderación e ironía pero también con pasión, el contenido y la influencia de otras 98 grandes obras del canon científico, y, a través de ellas, también las vicisitudes vitales, no siempre previsibles, de quienes las concibieron (Plinio tragado por el Vesubio, Galeno al servicio de los gladiadores, Newton entregado a la prospección de ángeles, Heisenberg inspirado por Platón).
En este apasionante viaje, el autor nos hace transitar por cinco etapas canónicas —la era de los manuscritos, la de la imprenta, la de la Ilustración, el siglo XIX y el siglo XX o ‘era del ensayo’— y resulta ecuánime en sus apreciaciones, aunque resulte evidente que el canon no deja de tener ciertos protagonistas, como los Elementos de Euclides —emblema del «momento superior del pensamiento universal»—, los Principia de Newton —«la obra científica más importante jamás escrita»—, El origen de las especies de Darwin —que aleja para siempre a Dios de los laboratorios— o la Textura del sistema nervioso del hombre de Ramón y Cajal —con la que nace una de las disciplinas llamadas a tener más desarrollo futuro, la neurociencia—.
Se trata de textos tan relevantes o más que la Ilíada y el Quijote, pero que resultan aún desconocidos para casi todos. El canon oculto es el mayor intento realizado hasta la fecha de colocarlos en el lugar que les corresponde, siquiera sea porque, en cuanto verdaderos clásicos, son libros que sostienen nuestras creencias sobre el mundo y con ellas a nosotros mismos, aunque lo sigan haciendo con sordina, escondidos entre los pliegues de la memoria.