El último Premio Nacional de Arquitectura supone reconocer una carrera que se inició en el estudio de Rafael Moneo, se forjó con creatividad apabullante en compañía de Luis Moreno Mansilla, y sigue fructificando hoy con tanto rigor como pasión en el campo profesional y el académico. Pero el último Premio Nacional supone también honrar a una generación, la de los arquitectos nacidos en torno a la década de 1960, que supieron dotarse de personalidad sin romper sus lazos con los grandes maestros, al mismo tiempo que sabían establecer provechosos vínculos con los jóvenes en un mundo ya muy distinto para la profesión. Reconocer el trabajo de Emilio Tuñón es reconocer una de las etapas más brillantes de la arquitectura española, y Arquitectura Viva no puede sino congratularse por ello.