Tadao Ando

Osaka,1941

29/02/2000


Cuando le tocó el turno a un japonés actual y elegimos a Tadao Ando todavía no nos había arrollado la invasión del manga televisivo. Estábamos aún pensando que la mejor contribución del Extremo Oriente al cómic animado era Heidi. Pero la cosa que había empezado con un Mazinger bastante torpe, tuvo un desarrollo increíble. El género manga consiguió un éxito enorme. Por un lado está la animación más occidental, la de personajes de rostros triangulares y ojos enormes que camuflan las diferencias raciales. Por otro, el manga más duro, que combina toda la imaginería shinto de demonios y animales con las artes del bushido y con visiones del futuro, los mutantes y la NASA. Es como si al fin el espíritu de Hiroshima hubiera dado un fruto en forma de cómic, bastante agrio por cierto. 

Tal vez Ando sea después de todo el menos manga de los japoneses famosos. Pertenece a la estirpe de su antecesor Kenzo Tange, un corbuseriano leal, que sólo había introducido en su obra tardía motivos de la estética tradicional japonesa, no ya de la casa de madera, tan querida por los racionalistas, sino del templo o del castillo, elementos expresionistas más lejanos de la sensibilidad occidental. Y su colega Arata Isozaki, el posmoderno, participa de esa arquitectura collage tan internacinal más que de las fuentes orientales. Ando, el boxeador, es también un corbuseriano tardío, un japonés de hormigón y de espacios articulados. Tengo la impresión de que su fuerza está en los edificios más occidentales y secos, porque su vena pseudomística de las capillas y los espacios de luces teatrales me parece más trivial. 

Pero en fin, parecía obligado unir a Tadao Ando con un cómic japonés. Ahora habría tenido más facilidades con Bola de Dragón, pero entonceslo hice con Akira. De modo que el arquitecto, con aire un poco mazinger, aparece mostrando a sus discípulos un invento tomado del pasado, el poste para el pabellón de Japón en la Expo de Sevilla de 1992, el edificio más japonés de Ando y a la sazón uno de los más conocidos. Creo que en toda la serie de ‘Historietas’ no ha habido mayor elipsis de la obra de un arquitecto que ésta, ni siquiera la de Robert Venturi. Queda reducida a un gesto para sus admiradores.


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