Todo está oscuro hasta que de repente se abre una compuerta metálica. En primer término hay objetos domésticos, detrás está la mujer que ha abierto la puerta y al fondo se ve un campo con nieve. En el siguiente plano, ella va sacando de un trastero cajas que mete en una camioneta y ropa de hombre que huele mientras llora. En esta primera secuencia de Nomadland, cámara y espectador se encuentran en un recinto rodeado de naturaleza congelada y, a partir de ese momento, se sabe que la mujer —Fern, a la que se seguirá durante todo el metraje— ha conservado pocos objetos, ha perdido a alguien a quien echa de menos y además está abandonando su vida anterior.
Antes de esta escena, ha aparecido un texto que informa de que en 2011 una empresa radicada en una ciudad llamada Empire —nombre contradictorio para un pequeño pueblo— ha quebrado tras cerrar su cantera de yeso debido a la recesión económica que ha afectado al sector de la construcción. También se indica que poco después se daba de baja el código postal de la localidad: nadie recibe correo porque, como si fuera el inicio de una distopía, Empire está prácticamente abandonado. El correo postal, un sistema de comunicación poco usado y en recesión, es el indicador del derrumbe de un modo de vida.
Fern se va de Empire conduciendo su camioneta por una carretera. La siguiente secuencia comienza con un primer plano de su cara, al que sigue otro general en el que se descubre que ella está sola en medio de un campo nevado, en cuclillas y orinando. Cuando termina, se monta en su vehículo y se marcha. En estos tres planos se reflejan varias constantes que se repetirán después: primero, la cámara suele seguir a Fern y a su camioneta, y el espectador, que casi siempre que la acompaña va detrás, trata de anticipar lo que va a hacer; segundo, se da una alternancia entre planos próximos que encuadran el endurecido pero expresivo rostro de la protagonista y otros generales de vastos paisajes naturales; y tercero, se sugiere la idea de que habitar un pequeño medio de transporte conlleva peculiaridades como tener que satisfacer algunas necesidades fisiológicas al aire libre.
El Ford Econoline de Fern es su casa. Una cortina separa los asientos delanteros de la parte privada, donde hay una mesa con una lámpara, estantes, cajones, una pequeña cocina de gas y, pegada a las puertas traseras, una cama tan corta que la protagonista ha de dormir encogida. A pesar de las incomodidades, la simbiosis de la protagonista con su camioneta es más intensa que la de otras personas con sus hogares, quizás porque se mueve; es casi un animal de carga. Fern la cuida lijándola y pintándola, y cuando se avería la lleva a un mecánico para que vuelva a ponerla en marcha, rechazando rotundamente la posibilidad de venderla. Incluso la bautiza, como hacen otros nómadas: la llama Vanguard, la vanguardia, la más avanzada.
La mayoría de personas que aparece en Nomadland se interpretan a sí mismas y viven en casas rodantes que se agrupan tanto en poblaciones ordenadas —estacionadas en aparcamientos urbanos— como desorganizadas, con las caravanas desperdigadas en reuniones como el peculiar Rubber Tramp Rendezvous, que recuerda la concentración de una secta. Entre estos vehículos también hay clases: la protagonista y sus compañeras entran en una enorme caravana y comentan que «parece una pista de baile» donde «hasta las luces son muy bonitas», pero lo más asombroso para ellas es que tenga lavadora y secadora de ropa, porque se las ha visto varias veces usando sórdidas lavanderías públicas.
En el fondo subyace la disyuntiva entre dos formas de vida, la sedentaria y la nómada. Fern ha de optar por esta última para poder sobrevivir y rechaza la oferta de alojarse en las viviendas de su hermana, de un amigo y de una conciudadana cuya hija le pregunta alarmada si es una sintecho. Ella le contesta que no es ‘homeless’, sino ‘houseless’. Uno de sus compañeros llega a afirmar que «el hogar puede ser una palabra o algo que atesoras en el corazón». Una disyuntiva que provoca el sistema económico, tal como Fern explica a un agente inmobiliario: «Es extraño que estimules a las personas a gastar todos los ahorros de su vida en un préstamo solo para comprar una casa que no podrán pagar».
Son nómadas porque no hay trabajo que les permita sobrevivir en un único sitio, por lo que han de conseguir contratos basura en distintos lugares. Mientras los pioneros de siglo XIX avanzaban hacia el oeste para establecerse, la mayoría de los nómadas actuales nunca podrá hacerlo. Algunos preferirán incluso seguir en movimiento, manteniendo su desarraigo y la libertad de internarse en territorios vírgenes.
Sin embargo, Linda May, protagonista real del libro en que está basado el argumento de Nomadland, aspira a construirse una casa en Arizona, que describe como «un barco que respeta la tierra, una casa completamente autónoma, hecha con cámaras de neumáticos». Y prosigue: «Ningún desecho contaminará el medio ambiente, será autosuficiente. Como crear una obra de arte con las manos, será el legado que les dejo a mis nietos. Esta casa estará en pie durante mucho tiempo sobrepasando nuestra propia existencia». Para ella son más importantes unas características tópicas en la actualidad, en lugar de aspectos básicos como su forma o sus usos.
El trayecto de Fern comienza en las llanuras de Nevada, y pasa por Dakota del Sur, Nebraska y Arizona hasta llegar a la costa de California, y parece que su meta, como la de tantos otros viajes, sea el horizonte del océano y su promesa de libertad. Pero ella da media vuelta y, cerrando el círculo abierto al principio, regresa a Empire por la carretera por donde se marchó, va al trastero y se desprende de todo lo que almacenaba, visita la fábrica abandonada y entra en un despacho que podría haber sido el suyo. Luego camina por calles vacías hasta que llega a su antigua casa, también vacía y sucia, recorre las habitaciones y sale al patio trasero, cruza una verja y avanza hacia una llanura con restos de nieve. En el último plano, la cámara vuelve a seguir a su furgoneta. Fern ha vuelto a la carretera.
Nomadland comienza con un texto y finaliza con otro: «Dedicated to the ones who had to depart. See you down the road». Si el primero certificaba la defunción de una ciudad y de un modo de vida, en este parece haber esperanza para quienes lo han perdido todo: aquellos que siempre podrán encontrarse en el camino aunque no haya a donde volver.
Jorge Gorostiza es arquitecto e investigador cinematográfico.