Reinvención de Norman Foster

Elogio del lugar

01/04/2021


Después de más de cincuenta años, la carrera de Norman Foster es tan extensa, abarca tantos tipos de edificios y cubre tantas regiones distintas del planeta que casi cuesta pensarla como un todo. Sin embargo, la diversidad de encargos y lo repartidos que están en la estructura empresarial de Foster + Partners no impiden, en ningún momento, que pueda reconocerse en un rascacielos, un inmueble de oficinas, un auditorio o una casa la inconfundible impronta de Foster.

Casi siempre, la impronta de Foster tiene que ver con una imagen de marca cuidadosamente construida a partir de ciertos estilemas, ciertos detalles y también de ciertas maneras de concebir y desarrollar el proyecto, incluso desde el punto de vista logístico e intelectual. Pero, en otras ocasiones, la impronta se percibe de manera inmediata, pues refleja las trazas seguras que la mano zurda de Foster deja sobre el papel, y la invención tecnológica y la atención a los detalles constructivos que pertenece a lo mejor de su manera de trabajar.

Lo interesante es que los proyectos en los que Foster más parece haberse implicado son acaso los menos previsibles de la factoría Foster + Partners. Para confirmarlo, basta con atender a la diversidad tipológica, formal y constructiva de las más personales de las últimas obras del británico, desde la sede de Apple en Cupertino hasta la bodega Le Dôme en Saint-Émilion, y desde el Droneport para la Bienal de Venecia hasta el Salón de Reinos para el Museo del Prado.

En todos ellos, la intensidad de Foster le lleva a pensar los proyectos con una loable ingenuidad que parece obviar el bagaje de toda una carrera o, al menos, retenerlo durante un tiempo en una suerte de inconsciente productivo. Esto hace que este tipo de proyectos acaben resultando menos una acrobática demostración de la facilidad con que Foster maneja el lápiz para reproducir lo que ya conoce y domina —que es mucho— que la expresión de una actitud más modesta e interesante: la voluntad de aprender de problemas, lugares y climas diversos y con personalidad, y asimismo la voluntad de darles una respuesta lo más específica y convincente posible.

Tal actitud y tales resultados se hacen patentes en el InnHub La Punt, el último y complejo edificio proyectado por Foster en su amada Suiza, y que, como los anteriores en aquel país —el Kulm Hotel o la Chesa Futura en St. Moritz—, no podría entenderse sin el clima, la tradición constructiva y la innovación formal y tecnológica. El clima severo durante el invierno que exige volúmenes compactos y planos inclinados; la tradición tipológica y constructiva de los huecos cuidados y los espléndido detalles de madera; y, al cabo, esa ineludible innovación formal y tecnológica que, pasada por la peculiar mirada de Foster sobre el mundo, hace que sus edificios trasciendan la condición de simples imitaciones del pasado para convertirse —de un modo en verdad ‘fosteriano’— en admirables premoniciones del futuro.

Foster + Partners, InnHub, La Punt Chamues-ch (Suiza) © Fotos Foster + Partners


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