Somos lo que vemos. Pero nuestra mirada no es inocente: está mediada por la tradición cultural. Esta es la premisa de la que parte Massimo Scolari en Oblique Drawing: A History of Antiperspectiva, un libro erudito y excelentemente ilustrado que traza una historia intelectual de la axonometría.
En el enfoque de Scolari, el arte y la arquitectura se contaminan de la filosofía, la mecánica y la psicología para desvelar el sustrato ideológico de los sistemas de representación. En este sentido, es indudable su deuda con la tradición historiográfica inaugurada tanto por La perspectiva como forma simbólica, de Erwin Panofsky, como por su némesis La perspectiva invertida, de Pável Florenski: del primero toma el planteamiento iconográfico; del segundo, su crítica a la hegemonía indiscutible de la perspectiva lineal en la tradición de Occidente.
Frente la perspectiva de Alberti, cuyo fin es remedar lo que el ojo ve, la proyección paralela, al ‘conservar’ las dimensiones de los objetos representados —manteniéndolos ontológicamente íntegros—, parece expresar lo que el ojo piensa; de ahí que su atractivo intelectual perdurase durante dos mil años, según se demuestra en los once ensayos y las enjundiosas notas ilustradas que forman el libro.
En su estudio de las ‘antiperspectivas’, Scolari comienza con los relieves egipcios y los frescos pompeyanos, sigue con las figuras de demostración renacentistas, analiza los tratados de mecánica y poliorcética que proliferaron en los siglos XVI y XVII, y concluye con una historia reveladora: la de las misiones jesuíticas en China, cuya campaña de evangelización —que incluía la instrucción en la perspectiva lineal— fracasó cuando los mandarines mantuvieron los sistemas tradicionales, conscientes como eran de que cambiar el modo de representar suponía cambiar el modo de ver y, por tanto, también el de pensar y ser.