Necrológicas 

Al ir a dormir y era septiembre

Evocación y recuerdo al maestro Don Pedro Navascués Palacio

Necrológicas 

Al ir a dormir y era septiembre

Evocación y recuerdo al maestro Don Pedro Navascués Palacio

Antonio Fernández Alba 
21/09/2022


Retrato de Pedro Navascués, historiador de la arquitectura, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, poco antes de la ceremonia de su ingreso, el 10 de mayo de 1998. SANTI BURGOS

Al ir a dormir

Ahora que el día se ha fatigado,

que mi nostálgico deseo

sea acogido por la noche estrellada

como un niño cansado.

Manos, abandonad toda acción.

Mente, olvida todo pensamiento.

Ahora todos mis sentidos

quieren caer en el sueño.

Y el alma sin más guardián

quiere volar, liberadas sus alas,

en el círculo mágico de la noche,

para vivir profundamente mil veces.

Hermann Hesse. Bein Schlafengehen (Al ir a dormir). Pontresina, 1948

Me gustaría en este rito académico del adiós compartido, derramar alguna palabra sobre el recuerdo del maestro don Pedro Navascués Palacio. Su nómina de aconteceres en la enseñanza del arte está suficientemente en diversas anotaciones y su trabajo de ejemplo académico se acumula en apretados legajos y libros, como una figura señalada en las artes de la búsqueda histórica.

El maestro Pedro Navascués desarrolla su trabajo en la era de la fragmentación de las artes, en la época de la construcción de paisajes del disimulo, en la amoralidad de cómo se comunica y ordena la historia en una civilización de desasosiego, consciente el maestro que el mito y el rito siempre abrigaran la belleza y el misterio.

Pedro Navascués trató sin sonrojo de encontrar lugares de dialogo que le permitieran ordenar los vínculos con el pasado, convencido de que el ser humano, en su tensión evolutiva, no podría alcanzar las cotas de la dignidad con tales acentos.

Algunas de sus proposiciones pedagógicas con la ilustración de imágenes acontecían en el aula, como sentencias de la alegoría sin redundancia semántica. El desorden de la duda difuminó el oficio del artista, Minerva sobre Narciso, paráfrasis que permitía añadir a la metáfora ilustrada todo el baluarte de acontecer histórico que en el aula se narraba.

Ex vetere novare, innovar desde la tradición, arrogancia por mi parte de señalar como víctor del maestro, su diferenciado sumario de textos, libros, informes académicos de su tiempo, tesis doctorales, lecciones ex novo y la serie de informes sobre el monumental archivo, depositados en los anaqueles académicos, precisamente en circunstancias difíciles donde, «los reinos de Saturno ya nos mandan» (Virgilio).

Antes de descubrir algunos esbozos de su tensión ética sobre el discurso profano de la modernidad, me llamó siempre la atención la distancia que ofrecía hacia algunos ensayos del Movimiento Moderno en Arquitectura y otras cotas luminosas del arte contemporáneo.

De algunos de sus escritos se podría intuir que para algunos historiadores de formación en la posguerra europea (1940-1945) resultara complejo suavizar los rescoldos, emocionales e irracionales de la obra del artista en boga. Observador oportuno como era, entendía el arte como imaginario revelado por la profecía itinerante del tiempo, imbuido en mi opinión, de lo que George Steiner denominó el mito del siglo XIX o el imaginario jardín de la cultural liberal, con la que supo iluminar las lecciones de historia de las artes, lejos del pesimismo predominante de la época.

Consciente y ordenado en aquellos tiempos, Pedro Navascués reclamó sobremanera el discurso responsable, enunció la incompetencia intelectual de convencionales paradigmas y de qué manera el entorno afectaba a las instituciones académicas. Ante tal desasosiego, mostró lucidez, pedagogía y magisterio dentro del espacio de la Real Academia de San Fernando, una segunda etapa de su vida, ordenando los vestigios de la estructura simbólica y, lo más importante, los aromas de su mitología que ocultas dormían en la apatía del destiempo.

Ex vetere novare, innovar desde la tradición, el magisterio de Pedro Navascués, mostraba y cuidaba con celo la sementera de un sueño que dibujaba como fábula, descubrió en sus viajes y recónditos paisajes los fragmentos finales del patrimonio histórico y redactó para el archivo las escaramuzas del arte y de los espacios de la arquitectura, del preindustrialismo, de la artesanía abandonada, de la geografía adulterada por la usura del beneficio inmobiliario; descubrir en esas soledades tan apasionado sumario de culturas abrasadas, manifestaba a veces siempre consuela recibir las luces del fragmento para descifrar su verdad, en estos menesteres andaba don Pedro Navascués Palacio.

A veces requería, como el poeta, abandonar la acción y olvidar todo pensamiento para, solo y en libertad, volar en el círculo mágico de la noche. Fue un amigo noble, me enseñó a contemplar «la luz no usada» (Fray Luis de León), que la materia de la arquitectura encierra.

Y en estos adioses del orden de la vida, ocurría que era septiembre.

Septiembre

El jardín esta triste,

la fría lluvia pesa sobre las flores.

El verano tiembla

dulcemente hacia su fin.

Doradas, gota a gota, caen las hojas

de lo alto de la acacia.

El verano sonríe, sorprendido y cansado,

entre el sueño de los jardines que se mueren.

Largamente, entre las rosas

se detiene todavía, desea el reposo.

Lentamente cierra

sus ya cansados ojos.

Hermann Hesse. Montreux, 1948


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