1907 - 2012
El 5 de diciembre de 2012, diez días antes de cumplir 105 años, y seis meses después del fallecimiento de su hija octogenaria, murió en Río de Janeiro —la ciudad donde nació y mantuvo su estudio a lo largo de setenta años— Oscar Niemeyer, el maestro más longevo del Movimiento Moderno. Objeto universal de admiración, su obra es hoy un símbolo de la modernidad de Brasil, del fortalecimiento de su conciencia nacional merced a la creación de Brasilia y, al cabo, también del deseo del país de alcanzar una presencia relevante en el contexto internacional. Durante muchas décadas, Niemeyer fue para los brasileños una figura popular y a la vez mítica, de ahí que las honras que se le rindieron a su muerte correspondieran a las de un Jefe de Estado.
Niemeyer estudió arquitectura en la Escuela de Bellas Artes, según los principios de una enseñanza académica que menospreciaba. Su genio, así, no resultó evidente hasta más tarde. A mediados de los años 1930 entró en el estudio de Lucio Costa, y tuvo la oportunidad de acompañar a Le Corbusier en su viaje a Río de Janeiro en 1936, relación que fue un aliciente para una creatividad que afloró cuando fue capaz de resolver el callejón sin salida del proyecto lecorbusiano para el Ministerio de Salud y Educación. A partir de entonces, la confianza de Costa en el joven talento no tuvo límites, lo que se tradujo en su cercanía a políticos reformistas como Juscelino Kubitschek, que apreció su modo de integrar la tradición vernácula brasileña en la arquitectura moderna. Los encargos vinieron solos: los proyectos en Pampulha, primero, y después la construcción de Brasilia, donde proyectó más de cien edificios, además de la Catedral Metropolitana y el Congreso Nacional, hoy iconos universales.
Hombre de compromiso político, su afiliación al Partido Comunista en 1940 —al que apoyó con coherencia anacrónica a lo largo de su vida— no impidió que trabajara con todos los regímenes que, tras Kubitschek, se sucedieron en Brasil, pese a que sus encontronazos con la dictadura militar le llavasen a un corto exilio en Francia, que a la postre sería el germen de proyectos como la sede del Partido Comunista Francés o el Centro Cultural en Le Havre. Lejos de atenuarse, con los años su sensualidad formal se acentuó,y se hizo un tanto reiterativa, pese a que Niemeyer todavía fuese capaz de construir obras tan bellas como el Museo de Niterói (1996).