
La única obra surreal de Le Corbusier no es suya. Como muestra la monumental monografía del profesor de la Universidad de Aquisgrán Wim van den Bergh, la celebérrima imagen de la terraza plantada de hierba y con el parisino Arco de Triunfo emergiendo sobre un muro donde se abre una historicista chimenea no obedece tanto a un improbable coqueteo del arquitecto con un movimiento surrealista que le era ajeno, sino a la imperativa voluntad de un cliente deseoso de tener una chambre en plein air para recibir a sus invitados. El autor se declara fascinado con las que llama ‘casas autobiográficas’, que clasifica en tres categorías: aquellas en que el cliente delega en el arquitecto la materialización de sus sueños, como la Farnsworth de Mies, la Fallingwater de Wright o la villa Savoye de Le Corbusier y Jeanneret; las que se gestan en un diálogo fértil entre ambos, como la casa Schröder de Rietveld o la villa Mairea de Aalto; y aquellas por último donde el cliente impone sus preferencias estilísticas al diseñador hasta el punto de desdibujar la autoría, como ocurre en la casa Malaparte o la villa Noailles, solo nominalmente atribuidas a Libera o a Mallet-Stevens, y también en el apartamento Beistegui, que tras su recherche patiente es difícil asignar plenamente al maestro francosuizo y a su primo Pierre, firmantes de la reforma del ático, y autores de los 340 dibujos conservados en la Fondation Le Corbusier, donde también se guarda la detallada correspondencia entre el arquitecto y el cliente...[+]