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Arqueologías de Le Corbusier

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Arqueologías de Le Corbusier

Luis Fernández-Galiano 
30/04/1999


Le Corbusier censuró a Charles- Edouard Jeanneret. El gran maestro del siglo XX adoptó su nombre definitivo a la edad de Cristo, e inició su vida pública dejando en penumbra sus años de formación. Bautizado de nuevo en el París de 1920, el profeta del evangelio moderno se presentó a sí mismo revestido de todos sus atributos, y borrando las huellas que conducen a su larga etapa en La Chaux-de-Fonds. Pero si los 33 años de trayecto vital y 17 años de práctica profesional de Jeanneret apenas se reflejan en la Oeuvre complète, su conocimiento es imprescindible para entender la vida y la obra posterior de Le Corbusier.

Con ocasión de su centenario en 1987, AV publicó dos números panorámicos, donde el relato crítico de su trayectoria temprana estaba a cargo de H. Allen Brooks. El historiador canadiense, que había sido responsable de la edición en 32 volúmenes del monumental The Le Corbusier Archive, había también explorado meticulosamente los años primeros, y en la nota biográfica de su artículo se indicaba que tenía en preparación una monografía sobre el tema. Una década más tarde esa investigación ha visto la luz, y el resultado es sin duda el libro más completo y riguroso sobre Le Corbusier cuando todavía era Jeanneret.

Desde su infancia en el Jura y sus primeros pasos artísticos con su profesor L’Eplattenier, hasta las obras realizadas en su ciudad natal (entre las cuales la Villa Schwob, arriba), pasando por sus extensos viajes y sus estancias con Perret y Behrens, la formación de Jeanneret se documenta con minuciosidad amena y lacónica. Aunque los tres últimos años parisinos (1917-1920) se describen esquemáticamente, ya que son bien conocidos, los primeros 30 exigen a Brooks casi 500 páginas, que se nutren de numerosos documentos hallados por el historiador: los diarios del padre, los registros académicos, las actas del proceso contra Anatole Schwob, innumerables cartas, algún cuaderno de viaje, e incluso el manuscrito de un primer libro nunca publicado.

La lectura es fascinante y recomendable. El niño indócil, el adolescente con problemas oculares y el joven ambicioso desembocan en el adulto calvinista, obsesivo y genial, al que se llega tras una prolongada gestación de su talento en las redomas de una familia protectora, unos maestros estimulantes y unos viajes iniciáticos. En el joven Jeanneret, la pasión por la música y la pintura entra en resonancia con una curiosidad voraz y una laboriosidad masoquista que se resiste con tenacidad al placer. De forma paradójica para alguien que declara «quand je ne fais plus d’architecture, je vois tout en femmes», en el escrupuloso relato de Brooks no hay una sola mención de amistades femeninas, y ello no puede atribuirse al pudor del biógrafo, que destaca «el predominio en su pintura del tema de la pareja desnuda, a menudo en la forma de dos lesbianas haciendo el amor.» Acaso sólo «onanisme de célibataire», como el propio arquitecto escribiría.

En contraste con esta visión narrativa e impávida, la obra de Adolf Max Vogt persigue los orígenes de la pureza moderna en la educación del niño Jeanneret en una escuela Froebel y en la popularidad entonces de las viviendas palafíticas en los lagos suizos como tipos primigenios de habitación. Las formas elementales, que Le Corbusier atribuía a «la legón de Rome», y cuyos orígenes Brooks localiza en el clasicismo espartano del Werkbund y la composición geométrica de Cézanne, provienen para Vogt de los juegos infantiles con los mismos cubos, esferas y cilindros que en su día manejara Wright; y la caja sobre pilotis de la obra madura de Le Corbusier debe igualmente rastrearse hasta los palafitos descubiertos durante su infancia, que con los ecos de Rousseau en sus paisajes natales hicieron del joven Jeanneret un ‘noble salvaje’ que se propuso construir la modernidad como una arcadia elevada y geométrica. Le Corbusier borró sus huellas, pero hoy son los rastros de la incubación de su genio los que más pesquisas suscitan. A fin de cuentas, el secreto de la mariposa se encierra en la crisálida.  


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