Lo normal tiene mala fama, también en la arquitectura, y dos son acaso las razones que lo explican. De una parte, la tradición romántica, que convirtió la actividad artística en actividad creativa, y al artista en una suerte de pequeño dios que seguía menos las leyes de la tradición que las suyas propias. Y de otra parte, la sociedad de consumo, que ha tendido a estetizar todo cuanto fuera susceptible de consumirse, como los edificios, convertidos tantas veces en icónicos objetos de deseo.
Vittorio Magnano Lampugnani parte de esta constatación para preguntarse en qué momento la arquitectura devino en algo que tenía que ver sobre todo con el aura de fascinación que algunos edificios pueden llegar a desprender, y responde que se trata de un fenómeno asociado a la sociedad capitalista y digital. Acaso demasiado simplista —la fascinación aurática ya está presente en las pirámides—, su tesis no puede dejar de convalidarse cuando se constatan los resultados que el ‘auratismo’ ha producido en lo que a Lampugnani más le interesa, las ciudades, que suelen funcionar hoy como escenarios insostenibles para que el capitalismo cristalizado en ladrillos exhiba su plumaje de pavo real.
Con esta imagen en la cabeza, el autor dialoga de una manera inteligente con las diferentes acepciones de ‘lo moderno’ —que para él tiene tantos lados brillantes como oscuros— y si por un lado arma su libro con el tono de un ensayo cabal que puede leerse como un manifiesto en sordina, por el otro recurre a la estructura tripartita de las obras clásicas. En la primera parte presenta la modernidad que le convence —la «modernidad tranquila»—, pero es en la segunda y tercera —dedicadas a la memoria y la sostenibilidad, y al diseño contemporáneo urbano— donde Lampugnani se muestra más propositivo a la hora de defender una ciudad razonable, decorosa, duradera, en tono menor pero eficiente, arraigada en los imaginarios sociales y lo más independiente posible de la economía. No son rasgos glamurosos, por supuesto, pero nadie dudará de que la normalidad que propone Lampugnani no puede ser hoy más radical.