El pertinaz egocentrismo de los arquitectos ha querido convertir su oficio en el más antiguo del mundo, con permiso de otros, hasta el punto de ligar su prosapia no solo a Imhotep, el constructor de pirámides que acabó divinizado, sino al mismísimo Dios, que no en vano mereció el nombre, egocéntrico por partida doble, de ‘Dios, arquitecto’. No a Dios, pero casi, hace remontar José Joaquín Parra Bañón el linaje arquitectónico en su último y extraordinario libro, Noé en imágenes. Arquitecturas de la catástrofe.
Como en otras ocasiones, el empeño de Parra no deja de ser barroco; doblemente barroco en puridad, pues entronca tanto con la tradición de las ‘primeras arquitecturas’ y sus genealogías mítico-poéticas, como con la tradición de las colecciones de citas visuales. Si el autor se liga a la primera demostrando que el Arca no fue tanto un barco como un edificio flotante que contenía in nuce los elementos y problemas de la arquitectura, de suerte que, más que un profeta-navegante, Noé fue el primer arquitecto que «proyectó una gran residencia en la Tierra», Parra se vincula a la segunda tradición haciendo del libro una extensa, rara y muy sugerente glosa de casi doscientas imágenes, desde miniaturas de beatos medievales hasta dibujos neoclásicos, pasando por los esbozos, pinturas y grabados de autores indispensables en este asunto, como Lucas Cranach, Francisco de Holanda o Athanasius Kircher, el primer indagador sistemático del Arca de Noé.
El resultado es un volumen de bellísima factura visual y de profunda trama narrativa, que se organiza, con taxonomía teatral, en tres partes y cuarenta epígrafes que se leen como una suerte de inesperado bestiario de arquitectura, en este caso de la más prístina: la que, conteniendo las especies del mundo, nos salvó de la catástrofe. Una imagen esta, la del Arca sobre las aguas, que no puede ser más pertinente si de lo que se trata es pensar la arquitectura en tiempos antropocénicos.