Muerte y monumento
Espacios funerarios contemporáneos
En una sociedad que se esfuerza por renegar de su inevitable finitud, el recordar que la arquitectura está íntimamente ligada a la muerte puede considerarse una declaración de mal gusto. Puestos nuestros espacios al servicio de la producción, del hábitat, del placer, de la educación o del ágora, resulta difícil admitir que los edificios —la idea misma de la arquitectura— tienen que ver con la busca de la perduración tras el fin de la vida. Lo dijo para siempre Loos: allí donde encontremos una tumba, ahí se da la manifestación más natural y honesta de la arquitectura. Y, junto a la tumba, Loos colocaba el monumento, prolongación del túmulo en el sentido de que uno y otro están hechos para dejar memoria, para liberar del olvido a alguien o algo. Por eso, antes de las tumbas, de las mastabas, de los dólmenes, de las pirámides, de los templos, no hubo en puridad arquitectura, sino solo refugio y construcción. Desde el principio —pero también hasta hoy—, muerte y arquitectura se han estrechado la mano con fuerza.
Edificar para la muerte, construir a caballo de dos mundos —finitud y trascendencia—, puede que siga siendo la manera más esencial de hacer arquitectura. Pero no deja de ser una de las más arduas, por cuanto está atravesada por dos grandes dificultades. Una tiene ver con el hecho de que la aspiración a la trascendencia desmiente los valores del consumismo, la velocidad y la ‘hipercontingencia’ que rigen en las sociedades del mundo; y la otra proviene de nuestra incapacidad para crear símbolos, pues hemos renunciado a la semiótica del monumento de la eficaz tradición clásica sin que nuestra búsqueda de una expresión trascendente a través del lenguaje moderno haya dado pie a unos códigos reconocibles por todos.
Es difícil, por tanto, construir arquitectura funeraria en una edad laica y refractaria a la muerte. Sin embargo, la abstracción geométrica y la intensidad atmosférica pueden ser un poderoso modo de acercarse a lo trascendente. Es algo que sugieren los mejores ejemplos de nuestra tradición funeraria moderna, de Tessenow a Miralles, pasando por Asplund, Lewerentz, Fisac o Ando. Y es algo que sugieren asimismo los arquitectos contemporáneos que no han renunciado a evocar la poesía de la finitud.
Arquitectura Viva ha seleccionado en este dossier el trabajo de tres de ellos. Si Bayer & Strobel crean en la capilla funeraria de Ingelheim am Rhein (Alemania) un espacio contenido cuya eficacia semiótica se sostiene en el uso de figuras geométricas elementales, Markus Schietsch, en el crematorio de Thun (Suiza), recurre a una profunda columnata de hormigón que alude, de nuevo, a los invariantes formales de la arquitectura. Son características que a su manera comparte el Templo de cremación en Parma (Italia), de Zermani Associati, cuya geometría de ecos clasicistas resuena con el ideal de despojamiento y se conjuga con una austera materialidad que vibra de manera poética con la luz natural.