Aunque cualquier arquitecto que merezca la pena debe poseer un yo fuerte —un ego creativo hecho de gustos y fobias—, muchas veces esta personalidad se acaba sosteniendo menos en la concordancia con la profesión que en la hostilidad a ella, en la indiscriminada competencia. No es el caso de Rafael Moneo: su yo fuerte, sin dejar de ser competitivo, ha sido capaz, desde el principio, de acercarse con curiosidad, incluso con franca admiración, al trabajo de sus contemporáneos.

La extraordinaria colección de textos de Moneo —más de una setentena— que, al calor aún del Premio Nacional de Arquitectura de 2015, se acaba de publicar en una excelente edición a cargo de Carmen Díez Medina, muestra que, en el caso del maestro navarro, la crítica desde el yo ha sido pertinaz —seis décadas de trabajo crítico— y se ha dado con los diversos tonos que exigían los formatos —de la reseña a la laudatio—, sin que este decoro contraviniera la lucidez analítica y la curiosidad intelectual con que Moneo ha sabido siempre acercarse al trabajo de los otros.

Pese a su carácter misceláneo, estos textos agavillados en estricto orden cronológico desde 1961 hasta 2021 no conforman una antología —no son una parte, sino todos los escritos de Moneo sobre arquitectos españoles— y, por tanto, no quedan determinados por las preferencias del antólogo. A cambio, es el propio autor quien adquiere protagonismo, pues, introducidos con párrafos escritos ad hoc por Moneo, los textos son tanto aproximaciones a ‘los otros’ cuanto indagaciones en el ‘yo’ del autor a través de sus maestros —Oíza en especial—, de su enseñanza —sobre todo en Barcelona—, de la carrera de los discípulos —Martínez Lapeña, Cruz y Ortiz—, de las rara avis que conoció —Miralles—, de los libros y de todo aquello que le ha intrigado de su época. Se trata de una decisión —la de acercar la crítica a la biografía intelectual— que en este caso —privilegio de los maestros— no podemos sino disfrutar con admiración y gusto.