El Museo Reina Sofía descubre al público español la pintura de Miriam Cahn, a contracorriente, realizada en relación a su cuerpo. Tras muchas observaciones en la estela de la «interpretosis», apareció el diagnóstico estrictamente ginecológico: esa mujer está embarazada. Resultaría que en El origen del mundo, de Courbet, no habría tanto provocación, cuando sintomatológica «pregnancia». Ese trampantojo que se abre (de patas, como es manifiesto) ha generado relecturas deliberadamente perversas, como sucediera con la acción «clandestina» y, al tiempo obscena, de Debora de Robertis, o una proliferación fantasmática en el obsesivo imaginario de Miriam Cahn -la artista que ahora nos ocupa-, que, literalmente, da a luz aquello que pretende dejarse oculto: los procesos represivos que determinan la «sexualidad».
Con tenacidad, Miriam Cahn (Basilea, 1949) ha mostrado a lo largo de su trayectoria que la pintura no tiene que ser necesariamente una «cosa mental», y, afortunadamente, renuncia a una retórica camufladora de intenciones que tienen mucho de pulsionales. Sabemos, a pesar de su «mutismo», que pinta y dibuja en sesiones intensas, tumbada o incluso a ciegas, poniéndose dificultades, tratando de evitar la comodidad que lleva al «manierismo», pero también somatizando los motivos conflictivos que afronta. Se ha señalado que su modo de proceder creativo tiene algo de «performativo», y habría que asumir que fue a partir de una peculiar lectura de Pollock como Kaprow encontró el impulso para desplazarse más allá de la clausura del estudio del pintor... [+]