José Selgas y Lucía Cano se han comprometido con un estilo arquitectónico tan reconocible como lleno de riesgos. La geometría orgánica, la irrenunciable vocación artística y la producción de atmósferas difusas son características que hacen del Palacio de Congresos de Badajoz o del Auditorio de Carta-gena obras atractivamente radicales pero sometidas potencialmente a los rigores de la obsolescencia.

Es el caso también del Auditorio y centro de congresos de Plasencia, que, tras haberse terminado en 2013, ha podido por fin inaugurarse con una jornada de puertas abiertas y un concierto.

Encajado sobre una ladera, el edificio distribuye en varias plantas sus poco más de 6.500 metros cuadrados destinados a un auditorio de 760 espectadores, tres salas de conferencias y una galería expositiva. Todo ello se cobija en el espacio irregular que queda tras la piel del edificio facetada, estriada, translúcida que evoca las formas de una roca o un crustáceo. El efecto de extrañamiento producido por la presencia inquietante de este meteorito en las secas y vulgarmente urbanizadas afueras de Plasencia se complementa con el extrañamiento del interior, donde Selgascano despliegan todo su talento para crear los ambientes inesperados, luminosos y cambiantes que son marca de la casa.