Aunque fue todo un rasgo de época de los artistas coetáneos con los que saltó a la palestra en los setenta, es Manolo Quejido quien ha tensado hasta el extremo la oposición entre un arte físico, corporal, que como ningún otro se ofrece a los sentidos, y la reflexión conceptual y política sobre la propia pintura (además de sobre la pintura propia). La comisaria Beatriz Velázquez dice que lo que la obra de Quejido le devuelve es “pensamiento, pensamiento y más pensamiento”. Pensamientos se titulaban, por lo demás, las pinturas expuestas en 1988 en las que el pintor hiperreflexivo asignaba a cada una de las 24 flores de esa serie el nombre de un pintor histórico, convocando así a quienes reconocía como maestros. La noción de “pensar/pintar”, tan propia de Quejido, formó parte también del título de la exposición que comisarió Quico Rivas en el IVAM en 1997. Y es posible que esa empedernida insistencia conflictiva sea la causa de que su trabajo haya concitado, junto a comentarios que están entre los más agudos y poéticos (en sentido baudeleriano) de nuestra literatura artística contemporánea, otros que, procedentes de la filosofía, están entre los más abstrusos...
‘Manolo Quejido. Distancia sin medida’. Palacio de Velázquez. Madrid. Hasta el 16 de mayo de 2023.
El País: Manolo Quejido, un trabajo de Sísifo