Konstantín Mélnikov
Moscú, 1890-1974
Saint-Exupéry, el piloto romántico de nombre absurdo, hizo aterrizar al Principito en el desierto norteafricano hacia 1940, para hablar con él de sus ilusiones. Aquí la licencia poética me permite hacerlo aterrizar en la feria de París de 1925 para que se encuentre con el joven Melnikov, el arquitecto ruso vestido con el mono de los progresistas de la época. Después de recorrer el pabellón de la URSS, el Petit Prince resulta fascinado por la exposición y lo confiesa a su nuevo amigo Mel delante del edificio, que habría de ser uno de los más famosos de la vanguardia rusa. Un inteligente ejercicio de la vanguardia rusa para presentar la nueva revolución planetaria, ya que por entonces todavía no impera la doctrina del socialismo en un solo país. Pero he aquí que el Principito es un experto en erupciones volcánicas; por experiencia propia sabe que cualquier planeta por hermoso que sea esconde peligrosos volcanes. En su reino sideral el pequeño héroe de SaintExupéry dedica buena parte de su tiempo a mantener limpios los volcanes de su minúsculo planeta, para que no revienten ni hagan demasiado humo. Y por eso le pregunta al arquitecto quién limpia los volcanes latentes del Planta Revolución, porque empieza a oler a quemado...
En esta viñeta la respuesta no la da el arquitecto, pero por detrás de su obra de vanguardia se levanta el rostro del nuevo Hades, del nuevo Señor del inframundo. Es una imagen tomada de la película de Mijalkov, Quemados por el sol. Aquí resulta un poco anticipatoria, porque en la época de la feria de París apenas si han empezado las sacudidas del terremoto. Lenin ha muerto presintiéndolo, pero el volcán atizado por el camarada secretario Stalin todavía no ha entrado en erupción. Cuando empiece, nadie podrá pararla. Bien pronto la vanguardia de Melnikov se habrá quemado, como la alegría revolucionaria del general del Ejército Rojo encarnado por Mijalkov en su película, y el Planeta Revolución habrá dado paso al Archipiélago Gulag. El Principito estará a salvo en su pequeño planeta, que es la memoria de la infancia, donde el mundo es doméstico y alegre. A nosotros nos quedará también la memoria de esa juventud que fue la vanguardia de los veinte, vestida de mono obrero y de arquitectura revolucionario.