Con la muerte de José Miguel Iribas el 20 de abril, Benidorm y, en general, el modelo mediterráneo de turismo intensivo, han perdido a su mejor propagandista. Nacido en Vergara (Guipúzcoa) en 1950, pero de familia navarra, Iribas llegó a Benidorm a principios de los años 1970, la época en la que el turismo playero de masas era denostado, por distintos motivos, tanto por la progresía como por la clase alta, aunque en el fondo ambas abominaran de lo mismo: su carácter popular. Influidos por Henri Lefebvre (para quien Benidorm era la ciudad del mundo más habitable construida desde la ii Guerra Mundial), Iribas y su álter ego Mario Gaviria (del que publicamos una entrevista también en estas páginas) no vieron en la ciudad alicantina una Babel del mal gusto, sino un modelo eficaz de aprovechamiento del suelo, de la energía y de los recursos hídricos.
Iribas sintetizó estas ideas en un libro influyente, Benidorm, ciudad nueva (1977), que le abrió las puertas a las colaboraciones con la Administración. Después, radicado ya en Valencia, prosiguió su carrera con asesorías de diagnóstico territorial y programas en innumerables planes de ordenación urbana (trabajando para figuras de la talla de Jean Nouvel y Jaime Lerner), complementando estos trabajos con la investigación teórica —en 2007 publicó El efecto Albacete— y también con su faceta de polemista a través de artículos muy incisivos, muchos de ellos publicados en Arquitectura Viva, de la que fue colaborador habitual.