José Luis Sert
Barcelona, 1902-1983
Don Turu era un personaje anguloso con botines y bigotillo, algo parecido al cómico actual Sazatornil, con talante castizo y antiguo, que se tocaba con un sombrerito ridículo. Currinche en cambio era una novedad: un boy negro, un botones de uniforme planchado a la americana, es decir, un paje de la época déco. Dudo que antes de la guerra haya habido en nuestro país botones negros como Currinche; parece más bien una importación del vodevil americano adaptada a la Gran Vía zarzuelera.
Pues he aquí que esta pareja del gran dibujante K-Hito se pasea por la Expo de París de 1937, y ahí está el Pabellón de la República Española, que hizo José Luis Sert con alguna ayuda de Luis Lacasa. Ahí están el Guernica, y la fuente de mercurio de Calder, y está también la escultura de Alberto, una de sus abultadas estalactitas, con una estrella en el ápice, como un árbol de navidad, para allanar su pretexto: el pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella... El bueno de Don Turu, que es verdaderamente candoroso, queda arrobado por lo de la estrella, pero Currinche, un chico de la calle, ya sabe que las consignas líricas no suelen ser demasiado fiables y que los tiempos son duros: según su jerga castiza, van a caer chuzos de punta. En verdad, ya están cayendo; en Guernica caen bombas alemanas (es seguro que chuzo viene de Schutz) y la Guerra Civil, un interludio o capricho español entre dos grandes desconciertos bélicos mundiales, está en su plenitud de batallas, revoluciones e intrahistorias. Y Pablo Picasso ha pintado, o refrito, para la ocasión su gran cartel de la vida y la muerte, los toros y la espada. Oficiando como Goya, ha hecho este nuevo capricho que será en el futuro un símbolo de ésta y otras contiendas. La inteligencia de Picasso fue extraordinaria y su cuadro un éxito de propaganda. No es fácil hablar de un símbolo elevado a tan alta categoría como el Guernica, así que puse en boca de José Luis Sert una frase lúcida que le oí a Asís Cabrero. Andando el tiempo, Don Turu y Currinche se habrían pasmado. En los noventa el comunismo de Picasso resulta oportunismo, el Guernica está en el museo como si fuera La carga de los Mamelucos y nadie grita por la libertad sino por sus intereses parroquiales.