«Hay otra poesía, la habrá siempre, / como hay otra música». Además de la belleza pitagórica del equilibrio de cargas que buscó en su oficio de arquitecto, el catedrático de Estructuras de la Escuela de Arquitectura de Barcelona Joan Margarit se pasó la vida buscando la belleza cadenciosa de las palabras. Las de su catalán materno y las del castellano al que rápidamente traducía sus escritos, que le hicieron valer el pasado año el Premio Cervantes. Su muerte el 16 de febrero ponía fin a una trayectoria poética casada felizmente con los encargos profesionales que emprendió junto a su inseparable amigo Carles Buxadé —el renovado Vapor Aymerich de Tarrasa, el estadio de Montjuic o las sempiternas obras de la Sagrada Familia, entre otros—, tan celebrados como sus estoicos versos.