Probablemente, no serán muchos los que, fuera de la profesión, reconozcan en Albert Viaplana al autor de algunas de las referencias de la Barcelona contemporánea. Sin embargo, su trayectoria —con Helio Piñón entre 1974 y 1997, y después en solitario— ha dejado una fuerte impronta en la ciudad, no sólo por su insoslayable vocación renovadora, sino por una manera de entender el espacio público que no hacía concesiones al capital, pero tampoco a los gustos populares.
Nacido en Barcelona en 1933, Viaplana comenzó su carrera construyendo viviendas cuyo lenguaje ecléctico evidenciaba la modernidad mediterránea de la Escuela de Barcelona, pero con tintes deconstructivistas que le aproximarían a Peter Eisenman y John Hedjuk. Traducido en un compromiso ineludible con la forma, la búsqueda conceptual de Viaplana encontró sus más notables expresiones en proyectos de envergadura, como las plazas del Països Catalans (1983) o Lesseps (2001) —denominadas ‘duras’ y cuya abstracción sin concesiones le ocasionaron acres polémicas ciudadanas— o la que acaso es su mejor obra, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (1993), cuya fachada de vidrio recoge en su reflejo el entorno urbano. Fue una época en la que su trabajo —referencia dentro y fuera de Cataluña— se refrendaba en el ámbito universitario, pues desde 1988 Viaplana fue catedrático de Proyectos en la ETSAB, ejerciendo desde allí un magisterio tan dominante como ejemplar.