Quizá la mayor dificultad de la arquitectura, la que más la acerca al arte, estribe en que, para aportar algo original, el arquitecto debe construirse como persona, dotarse de una biografía intelectual en la que irá asimilando y rechazando copia de referencias. Forjarse un intelecto consiste en admirar tanto como en vituperar, y esto se demuestra de modo ejemplar en Iñaki Ábalos, arquitecto, profesor y pensador que desde siempre ha mostrado sin miedo sus gustos y fobias, y ha construido con ellas su peculiar mundo intelectual. Lo hizo en su Atlas pintoresco —ensayo donde vindicaba la tradición romántica en la arquitectura— tanto como lo hizo en La buena vida —exploración de los lazos entre el pensamiento y el habitar—, y ahora ha vuelto a hacerlo en un título que, como los anteriores, se mueve con maestría entre el ensayo crítico y el texto de historia, Absolute Beginners, donde juega con la ambigüedad de su título —¿Pioneros o principiantes absolutos?— para explicar sus preferencias por medio de siete ensayos exquisitamente editados.
Sus temas —la cueva, el somatismo, la belleza termodinámica, los usos mixtos, el pintoresquismo— resultan conocidos, porque son los que Ábalos ha convertido en cifra de su trabajo, pero en esta ocasión no deja de sorprender el eclecticismo con que el autor selecciona los héroes de su libro: el Olmsted que hace del pragmatismo un mecanismo proyectual; el Smithson que aúna ecología, entropía y belleza; el Nietzsche que sueña con ciudades monacales para una moderna vita contemplativa; y —caso más peculiar de todos— el Andrés de Vandelvira que, como nosotros hoy, debe tratar con lo híbrido, lo diverso, lo mestizo, y con el que Ábalos dialoga en una imposible y deliciosa entrevista. Son estos héroes heterodoxos los que el autor prefiere hasta el punto de convertirlos en protagonistas de una historia que, lejos de amojamarse en la arqueología, puede resultar contemporánea y fecundamente operativa.