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Fray Juan Ricci, lógico y delirante

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Fray Juan Ricci, lógico y delirante

Juan Antonio Ramírez 
31/12/2002


Puede que algún entusiasta de la modernidad crea que es anacrónico ocuparse de reeditar, con gran empeño erudito, el manuscrito de un fraile benedictino del siglo XVII dedicado a la pintura. Pero le invitamos a reconsiderar su posición examinando despacio esta joya bibliográfica. Fray Juan Ricci fue un pintor bastante estimable cuya obra no desentona en las salas de los museos dedicadas a nuestro ‘siglo de oro’, pero el destino le ha reservado un puesto más relevante a causa de un tratado manuscrito que dedicó a su discípula, la duquesa de Béjar, doña Teresa Sarmiento, y que fue editado por primera vez en 1930 por Elías Tormo y Enrique Lafuente Ferrari. Trata en esta obra de pintura como el título indica, aparentemente, y está elaborada con tanto primor que no hay duda de que estaba destinada a la imprenta. Mediante numerosos dibujos a pluma y textos breves pero jugosos intenta el buen fraile enseñar todo lo que un pintor de su época debería supuestamente aprender: geometría, perspectiva (es decir, arquitectura), y anatomía. Hay mucho que decir todavía sobre el modo como Ricci saquea o reinterpreta a clásicos de esta última disciplina como Vesalio o Valverde de Hamusco, pero sí se conoce bien ya, en cambio, su importancia en tanto que tratadista de arquitectura (aunque escondido bajo el manto de la teoría pictórica). Su mayor aportación consistió en la invención de un orden en el cual ondulaban todos los elementos y no sólo las columnas, al cual llamó «salomónico entero». Causó cierto impacto en España e hispanoamérica y todo indica que condicionó la elaboración por parte de Guarino Guarini de un ordine corinto terzo, ondulante como el del fraile español. Esto prueba, en fin, que esas ideas debieron circular, aunque el libro de Ricci no se publicara en su época.

He aquí, pues, a uno de los pensadores de la arquitectura más singulares en la historia española, equiparable por su brillante originalidad a esos otros dos lógicos delirantes de nuestro siglo de oro, que son Juan Bautista Villapando y Juan Caramuel de Lobkowitz. Esta edición de La Pintura sabia reproduce con una fidelidad absoluta el manuscrito conservado en la Fundación Lázaro Galdiano. Le acompaña en una caja primorosa otro volumen con inteligentes estudios dedicados al artista y su obra (aparte de los editores, Fernando Marías y Felipe Pereda, colaboran Joaquín Bérchez, Alfonso R. de Ceballos e Ismael Gutiérrez), que contiene también unos apéndices donde se reproducen el ‘Tratado de iluminación’ y el ‘Epítome del orden salomónico entero’. Creemos que la aparición de esta obra es todo un acontecimiento cultural (y editorial) que no puede pasar desapercibido para quienes se interesen por la vertiente cultural de la arquitectura.


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