Actualidad 

Fortaleza amable

Museo Bunker de BIG

30/10/2017


Los búnkeres han solido fascinar a los arquitectos, que han visto en ellos menos la respuesta a una funcionalidad terrible que la expresión de una belleza poderosa e inquietante. Los inmensos muros facetados o redondeados de los bastiones y casamatas que pretendieron cerrar como una cremallera las fronteras de la Europa nazi fueron objeto de la admiración, por ejemplo, de Paul Virilio o Claude Parent, que se inspiraron en sus formas para proclamar su ‘arquitectura oblicua’. En el caso de Bjarke Ingels, que acaba de construir el Museo de Tirpitz sobre el mayor búnker nazi en suelo danés, la huella poliorcética no da pie a complejos juegos de diagonales, ni a muros quebrados, ni a atmósferas inquietantes y telúricas. Todo lo contrario: el objetivo de BIG —hábil como pocos a la hora de generar arquitecturas amables— ha sido crear, en palabras del propio Ingels, «una antítesis del búnker»: un espacio de reunión abierto, aireado e incluso ‘acogedor’, que se enclava en el corazón de las dunas de Blavand, al oeste del país. Y es cierto: con sus techos flotantes y abiertos sobre cuatro grandes áreas de exposición enterradas, lo único inquietante del edificio es el dibujo que, a vista de pájaro, trazan sus cuatro brazos perpendiculares entre sí: el dibujo de una esvástica desarticulada y amable, pero esvástica al cabo. 


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