Mucho se ha escrito sobre los concursos de arquitectura, y si parece que hay cierto consenso en la enumeración de sus inconvenientes, todavía es difícil resistirse a las oportunidades de exploración que ofrecen. Como arquitecto, me incluyo entre los profesionales que se enfrentan con cierta frecuencia al desafío que significa presentarse a un concurso; e inevitablemente en cada una de estas ocasiones la primera inquietud que me surge es si debemos ajustarnos rigurosamente al programa sugerido o si, por el contrario, debemos dejarnos llevar por una cierta intuición, que normalmente responde más a nuestros deseos e intereses que a los requerimientos recogidos en las bases. Así, cada concurso se convierte en una suerte de juego de estrategia, con unas reglas que fluctúan entre las necesidades demandadas y las oportunidades detectadas...[+]