El sueño cristalizado
Fallingwater a gusto de todos
No se puede decir que la Casa de la Cascada responda a los estereotipos de la cultura de masas, y, sin embargo, su aceptación es prácticamente universal: Wright consiguió construir un símbolo, uno de esos objetos que se apoderan de las preferencias del espectador por vías imprevisibles y se incorporan casi automáticamente al espacio de lo deseable. Jorge Sainz propone un balance de las opiniones suscitadas por ella en la crítica especializada, situando las claves de su éxito más cercanas a un cierto modelo de vida que a su peso en la propia cultura arquitectónica.
≪Otoño de 1935. Taliesin, Wisconsin: “Puedes venir, E. J. Tenemos todo listo”, vocifero el señor Wright por el teléfono de manivela. La llamada era de Pittsburgh y E. J. era Edgar J. Kaufmann, dueño de unos grandes almacenes. El señor Wright iba a ensenarle los primeros croquis de su nueva casa, “Fallingwater”. Mire por encima de mi tablero al compañero que tenía enfrente, Bob Mosher, que se había quedado de piedra al oír aquellas palabras. ¿Listo? No había una sola línea dibujada≫. Así relataba en 1979 Edgar Tafel, otro discípulo de Frank Lloyd Wright, la gestación de los primeros planos de esta famosa casa. Cuando llego Kaufmann, un par de horas después, Wright ya tenía las plantas hechas, y mientras cliente y arquitecto almorzaban, los discípulos dibujaron los alzados. Esta anécdota ha contribuido al mito de esta obra maestra ≪diseñada en un solo día≫. Wright solo se sentaba al tablero cuando los espectros de su imaginación ya habían tomado la suficiente consistencia como para hacerse realidad…[+]