El salto del caballo

Kenneth Frampton 
30/09/2011


La arquitectura anónima es un tema que me interesa mucho, como la arquitectura industrial, porque son arquitecturas desprovistas de un mensaje directo, capaces de atmósferas bellísimas, personajes que no hablan pero que lo dan todo a entender, sin autor y sin intencionalidad; se expresan, pero no por imposición de un arquitecto. En la arquitectura anónima, en las aldeas, en la montaña, la gente construye cosas y sólo en un segundo momento interviene con signos: abre una puerta para entrar, una ventana para tener luz, un techo para cubrir, dispone la chimenea en el interior para calentarse y la forma es función de la topografía. Cinco operaciones que no contienen intencionalmente ningún mensaje para la humanidad. Luego se interviene con signos pictóricos: las cruces, los marcos, las efigies divinas, que todavía no contienen mensajes directos: sólo la intervención sucesiva en la realidad será intencionalmente comunicativa. Es una cuestión de disciplina: quiero aprender de la arquitectura anónima porque las relaciones entre la topografía, tipología y morfología son muy lógicas […] El arquitecto, sin falsas modestias, debe limitarse a hacer algo sin pretender que sea arte; lo que me interesa de la arquitectura anónima es esto.» (Eduardo Souto de Moura en una entrevista con Monica Daniele, 2002.)

Toda arquitectura es enigmática y la de Souto de Moura parece serlo el doble, incluso si su aproximación a la construcción resulta a menudo excepcionalmente directa. Quizá lo primero que habría que destacar de su trabajo, al menos durante el inicio de su carrera, es su actitud particularmente sensible hacia la piedra, como si este material primordial incorporara, por sí mismo, la esencia irreductible de su arquitectura. No hace falta decir que no se trata de cualquier piedra, sino de la piedra de la arquitectura vernácula portuguesa tal y como aparece representada en el canónico trabajo Arquitectura popular em Portugal, publicado en 1961. La fábrica tradicional de piedra desempeña un papel seminal en el primer edificio público de Souto de Moura, el Mercado de Braga, de 1980. Aquí, la piedra surge del lugar gracias a la integración de los muros de una construcción preexistente, de forma similar al modo en que las ruinas junto a las viviendas en São Victor de Álvaro Siza (1974), en las que Souto de Moura trabajó como colaborador, afirmaban su presencia frente a las terrazas regulares...


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