Hay arquitectos que construyen con palabras. Otros, por el contrario, desconfían de ellas y consideran que los mejores argumentos son, en realidad, los edificios. Tal es el caso de Peter Zumthor, un maestro parco en palabras pero lector de Handke y Berger, admirador de Beuys y amante del cine, que escribe poco pero bien, y que, desmintiendo la mercadotecnia al uso, ha sabido dosificar su presencia pública en la misma medida en que ha sido sobrio a la hora de difundir sus proyectos. La consecuencia es que el atractivo por el personaje y su obra no ha dejado de crecer desde que en 1997 saltara a la ‘fama’ con dos obras extraordinarias: unas termas en un pueblo suizo y un museo en una ciudad austriaca de provincias. Hoy son muchos los que, tras recorrer las 98 curvas a la izquierda y 103 a la derecha necesarias para llegar al valle de Vals, peregrinan con el fin de rendir culto a la háptica piscina, un culto que, como ocurre en otras religiones, resulta mayor cuanto más distante es el objeto venerado.
En 1998, Zumthor no supo resistirse a Lars Müller Publishers, y al calor del inesperado éxito publicó con la editorial alemana una monografía de sus trabajos desde 1979, con exquisitas fotografías de Hélène Binet. El libro, que enseguida se agotó, pasó a ser un raro objeto de devoción para los cada vez más numerosos seguidores de Zumthor, pero han tenido que pasar más de tres lustros para que el maestro suizo se haya decidido a lanzar una nueva monografía, extendiéndola hasta 2013, pero retrasando el comienzo ‘oficial’ de su carrera a 1985, el año en que, con 42 de edad, comenzó a construir tres eximios ejemplos de un regionalismo despojado y rigorista, situados todos en el remoto valle de los Grisones: el pabellón para unas ruinas romanas en Chur, la capilla de Sogn Benedetg en Sumvitg y su propio estudio en Haldenstein.
Encuadernados con tela de tonos metálicos, los cinco volúmenes de Peter Zumthor. Buildings and Projects, 1985-2013 son un lujo no tanto por su precio como por el modo en que el maestro se ha implicado en su concepción. No hay en la monografía firmas de ‘prestigio’, pues en un nuevo giro de localismo ilustrado Zumthor ha barrido para casa: Thomas Durisch, el editor, es un antiguo colaborador de su estudio; Scheidegger & Spiess, la editorial, es una pequeña casa zuriquesa especializada en libros de arte.
Consciente de que las fotografías y las palabras son incapaces de captar la experiencia de las texturas y la luz, y resultan ajenas a la exaltación de los oficios artesanales que implica su obra, Zumthor ha confiado en una diagramación que, más que describir, sugiere la atmósfera física de sus edificios, inalcanzable a través del papel impreso. El resultado es un caleidoscopio impresionista de plantas y secciones, de imágenes de diferentes escalas, en la que las 43 obras seleccionadas por Zumthor se presentan, todas, con un guión semejante: una secuencia de fotos y dibujos antecede a una breve —y a veces poética— memoria, a la que sigue una extensa documentación formada por más fotos, dibujos, acuarelas y maquetas, así como asépticos detalles delineados en CAD. Toda esta trama visual se distribuye con mimo en aperturas en las que los vacíos pesan tanto como los llenos, de acuerdo a una estética depurada que, según confiesa Zumthor, se inspira en el libro Where We Met (Tielt, 2011), de la artista belga Arpaïs du Bois.
Con el mismo rigor y poesía de su arquitectura, Zumthor nos ofrece su opera omnia. Pero, cuidado: como el maestro es tan parco, no sabemos si será la última.