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Ecléctico sentido común

Cano Lasso, a Monograph

Eduardo Prieto 
30/12/2021


Algunos arquitectos pretenden construir desde la nada, levantando objetos sobre el cómodo suelo sin atributos de la tabula rasa; otros, por el contrario, prefieren transformar lo que ya existe para hacerlo visible de un modo distinto y fértil. Julio Cano Lasso está, sin duda, entre estos últimos.

La sensibilidad por las preexistencias humanas y naturales explica acaso que Cano —uno de los arquitectos más brillantes del siglo XX en España— no tuviera durante años la fortuna crítica que ahora sopla a su favor. Su modernidad ajena al dogmatismo, hecha de acuerdos con los problemas reales y que incorporó de un modo personal la tradición, no encajaba bien con el rigorismo geométrico de las vanguardias secas, de igual modo que su conservadurismo —por mucho que supiera convivir con la voluntad plástica de ‘ser moderno’— no acababa de sintonizar con los discursos rupturistas que fueron dominantes durante buena parte del tiempo que le tocó vivir.

Es cierto que esta personalidad de Cano, refractaria a los eslóganes y las ‘corrientes’, dificultó el entendimiento correcto de su obra. Pero no lo es menos que, precisamente, el compromiso con las complejidades de lo real —su en el fondo venturiana fobia al puritanismo de los modernos— fue el que acabó dotando a su obra de un interés perenne. Y todo ello pese a — o mejor, debido a— el eclecticismo de Cano, que fue detectado pronto por los críticos y se dio de maneras diversas, complejas y fructíferas.

Se dio, en primer lugar, como un eclecticismo en el que se fundieron el poderoso lenguaje de formas elementales de raíz moderna y la materialidad organicista que si unas veces tuvo que ver con Aalto —al que Cano profesaba la mayor de las admiraciones— otras se explicó por la economía de medios y el tono vernáculo. También se dio como un eclecticismo de los valores, donde el discurso de la racionalidad moderna supo incardinarse en el crisol de la tradición española, que un Cano amante de la historia no se cansó de vindicar. Y finalmente se manifestó como un eclecticismo del estilo, rayano con el manierismo en al menos dos de los sentidos que cabe adjudicar al término: el manierismo en cuanto poética personal, hecha con guiños sofisticados que ponen de manifiesto un gran dominio de la disciplina y su tradición; y el manierismo como capacidad de adaptarse a las demandas de la vida real —paisajes, ciudades, programas, clientes—, es decir, el flexible y paradójico manierismo del sentido común.

Son manierismos que, en el caso de Cano, tienen que ver también con su actitud pintoresquista de trabajar con los escorzos afortunados, los volúmenes cilíndricos, las asimetrías inteligentes, los claroscuros pictóricos, la afinidades atmosféricas, la riqueza de texturas y el diálogo con el paisaje. No extraña que Cano —como el Gropius fascinado por el castillo de Coca— encontrara en las fortalezas castellanas la evidencia de una racionalidad poderosa, monumental y susceptible de fecunda interpretación.

Son muchas las claves de la obra de Cano Lasso. Y para dar cuenta de ellas Inmaculada Maluenda y Enrique Encabo han optado por recurrir a la polisemia del término ‘naturalezas’. El resultado es un volumen exquisito que, al calor del centenario del arquitecto, vierte luz sobre toda una carrera, cuenta con las aportaciones de críticos de renombre, se sostiene visualmente en el diálogo entre la bellísima documentación original y las fotos de Iwan Baan, y por ello puede considerarse la mejor monografía publicada sobre un maestro de la arquitectura ecléctica y humana.


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